ECONOMÍA NATURAL – A modo de conclusión del capítulo VIII – Apartado 6 – Justicia y Economía

JUSTICIA Y ECONOMÍA

CAPITULO  VIII

 SOBRE LA EFICACIA COORDINADORA UNIVERSAL DE LA LEY NATURAL

Apartado 6

 ECONOMÍA NATURAL

A modo de conclusión del capítulo VIII

 Parece que estamos aprendiendo que mientras que la mente –la razón- no puede imponer sus propias estructuras al mundo, sí puede descubrir y entender aquellas de las que emerge la vida. Los pensadores que trabajan en la reciente disciplina de la teoría de sistemas complejos, incluso en esa rama que se llama vida artificial (y que quizás llegue a demostrar no ser un oxímoron), contemplan órdenes espontáneos con marcadas características hayekianas. Incluso en los ordenadores, a partir de conjuntos de reglas simples se desarrollan formas complejas impredecibles.

 La vida, según están llegando a comprender estos investigadores, sea artificial o natural, existe en los límites que bordean el caos.[1]

 Esa fuerza incontenible de la vida que se nos presenta aparentemente caótica y coatizada, así como todo lo que he tratado de desarrollar anteriormente, recuerda  algunas ideas que también  a partir de los escolásticos españoles así como de Hayek y Buchanan principalmente dejé escritas a vuelapluma deslabazadamente y que ahora, actualizadas y trabajadas más formalmente, transcribo. Ya entonces decía sobre la Ley y la Economía Natural que la aproximación a la trascendencia e inaccesibilidad plena de la «ley de leyes» la realiza todo hombre a través de la ley natural que es la participación de aquélla en éste, por lo que se convierte en la norma básica y permanente, regla flexible y medida original de la actividad vital, racional y libre de cada cual, también de la actividad económica en tanto en cuanto toda actividad económica es actividad humana y en tanto en cuanto toda actividad humana tiene un aspecto o modo  económico en cuanto relación de medios a fines. Esa ley natural, que sobrevuela desde el interior de la conciencia de cada quien todas las leyes positivas y todos los códigos petrificados, actualiza, en cada circunstancia intransferible siempre cambiante, todo el haz de principios básicos generales y universales. Los principios generales de la justicia, del orden, de la belleza, de la eficacia, del valor, de la libertad solidaria y del bien hacer en definitiva  se van concretando dinámicamente en diferentes ámbitos concretos por cada persona a su buen entender y siguiendo su recta razón peculiar que siempre está en proceso de formación. Van surgiendo así espontáneamente, sin creación constructivista deliberada desde las cúspides del poder humano organizado, proyectos empresariales[2] y personales nuevos que materializan, en cascada multiforme y complementaria, el abanico de  ideas abstractas y generales que están como inscritas a fuego en el interior de los ciudadanos de la gran «polis» universal[3].

       Cada persona se convierte entonces en sujeto indiscutido y necesario de valoración ya que por él tienen que pasar todas las estimaciones. Con la referencia de la ley natural a la trascendencia, junto a su concreción libre singular en cada quien,  se intuye la explicación  del principio jurídico y moral de la igualdad ante la ley y la igual dignidad de todos que cancela toda discriminación por razón de la distinta riqueza o la diferente raza, religión, sexo, posición, edad o profesión. Se atisba entonces también la explicación de las metáforas y paradojas tales como la armonía de los contrarios, la dicotomía entre lo local y lo universal, lo particular y lo general, lo mío en lo tuyo, lo pasado que se vierte en el presente, el futuro empaquetado ya en el hoy, la disyuntiva aparente entre solidaridad y libertad, entre lo emocional y lo racional, o entre los instintos innatos y las normas que se van aprendiendo poco a poco.

Se entiende entonces que Hayek indique en La fatal arrogancia que la civilización y la cultura, más que forjarse genéticamente, tienen que ser aprendidas por cada persona a través de la tradición luchando por ajustar su conducta a un orden de convivencia cuya normativa choca en numerosas ocasiones con instintos arraigados fuertemente. O que nos diga también que la competencia puede producir sus efectos positivos solamente si quienes participan ajustan su comportamiento al sistema normativo general renunciando a la fuerza física coactiva; ya que, en los órdenes espontáneos nadie conoce -ni precisa conocer- todos cuantos detalles afectan a los medios disponibles o a las intenciones y  fines perseguidos.

Y se comprende también que Buchanan, como consecuencia de su constitucionalismo contractualista en donde el individuo aparece como la fuente vital de toda valoración, insista en la necesidad de autonormarse y en la conveniencia de la libre autorrestricción personal y colectiva al objeto de poder mejor alcanzar las metas preferidas en tanto en cuanto las acciones de hoy tendrán efectos en cadena sobre las opciones disponibles más adelante. Cada persona puede cotidianamente elegir en sus circunstancias peculiares un plan de vida que contenga una secuencia de acciones que espera que aseguren o faciliten la consecución de sus preferencias, metas y objetivos vitales, también, como no, los económicos. Y precisamente para hacer posible -como hemos visto- la coordinación de tanta diversidad -que Hayek define como coordinación de la variedad subjetiva de millones de personas en los mercados-, el concepto clásico de ley natural –sincronizando[4] esa aparente anarquía- es especialmente aplicable a nuestro universo global basado en el orden personal aparentemente caótico que fundamenta los sistemas multivariables y autogenerantes.

En este sentido, Peter Klein resume con maestría una de las fundamentales aportaciones de la escuela Austríaca y de Hayek cuando en su Introducción al volumen IV de sus obras completas señala:

A lo largo de la mayor parte de este siglo (XX), el “problema de la economía” se ha considerado desde la óptica de la asignación de recursos, es decir, de la forma de definir la distribución de recursos productivos para satisfacer un conjunto de demandas potencialmente ilimitadas que en ocasiones entran en competencia entre sí y para la que, en principio, puede hallarse una solución por parte de un observador externo (y, por extensión, por parte de un planificador central). Para Hayek y los economistas austríacos, en cambio, la economía se refiere a la coordinación de programas, es decir, los medios por los cuales un “sistema muy complejo” de colaboración humana emerge de la planificación y de las decisiones de individuos aislados que actúan en un universo de conocimientos dispersos y no explicitados. El objeto de la ciencia económica es explicar la continuidad de fenómenos tales como precios, producción, dinero, interés, ciclos económicos, y hasta el derecho y el lenguaje, cuando dichos fenómenos no se producen por deseo deliberado de agente alguno. Únicamente considerando el orden social en esta perspectiva podemos esperar conocer cómo funcionan los mercados y por qué los esfuerzos por construir sociedades sin mercados están abocados al fracaso.[5]

Y así, (permítaseme al final una licencia con ciertos matices líricos de aprendiz) se podría decir: que cuando nos reconocemos buceando cada vez más por las azarosas aguas del orden inaprensible del caos, o cuando somos más conscientes de la sinrazón de esa razón que se cree todopoderosa resistiéndose por ello a esperar y confiar en la trascendencia que la justifica desde fuera; cuando esa razón monolítica trasnochada se destruye a sí misma en innumerables racionalidades que forman nimbos multicolores de pensamientos que se realimentan entre sí generando turbulencias pacíficas interconectadas, o cuando la disyuntiva estática y radical entre el ser y el no ser queda matizada porque todo es algo pero a la vez ese algo tiene capacidad de ser otra cosa distinta; cuando el reconocimiento personal y social descansa sobre la infinita variedad del consumo autogenerante que también es muchas veces inversión, o cuando la intensidad de un  tenue rayo de luz es mayor que un sofocante sol de mediodía; cuando todo parece ficticio y cierto a la vez mezclándose el sueño real con la realidad fantástica; o cuando se palpa más que nunca que la realidad tiene en la metáfora y en la paradoja su fundamento más inalcanzable; cuando el fruto de la especialización,  de la división social del trabajo y de los conocimientos es la armonía de los distintos puntos de vista coordinados por los amplios mercados de las interacciones personales y cuando la anarquía ordenada se hace presente en nuestra realidad cotidiana puede ser  esclarecedor dar un  salto de al menos cuatro siglos y retomar la reflexión sobre la ley natural, el derecho natural y lo que por analogía podemos llamar «economía natural».

 Y, por último, si tenemos en cuenta que hoy en día se globaliza[6] todo y que la envidia por ejemplo se globaliza, como se globaliza también la utopía, o la guerra y la paz también lo hacen  en un querer sincronizar los contrarios, puede resultar esclarecedor  lo que Rocío Oviedo explicaba al afirmar que la utopía es una histórica esencia del mundo de Occidente, es el motor y el sostén de su historia. Heredera del Viejo Mundo la expresión de América es la utopía, como expresan varias obras de Henríquez Ureña y específicamente dos ensayos de 1925: “La utopía de América” y “La patria de la justicia” [7]. La utopía con Henríquez Ureña se convierte en la esencia de occidente, el motor y la motivación del descubrimiento y la conquista. Pero es también la que desarrolla la imaginación y abre el camino a la nueva era creativa. En la configuración de la utopía americana se encuentra el sueño de la armonización de los contrarios, implica la relación entre la unidad y la diversidad:

 “La utopía no es vano juego de imaginaciones pueriles: es una de las magnas creaciones espirituales del Mediterráneo, nuestro gran mar antecesor. El pueblo griego da al mundo occidental la inquietud del perfeccionamiento constante. Cuando descubre que el hombre puede individualmente ser mejor de lo que es y socialmente vivir mejor de cómo vive, no descansa para averiguar el secreto de toda mejora, de toda perfección. Juzga y compara; busca y experimenta sin descanso; no le arredra la necesidad de tocar a la religión y a la leyenda, a la fábrica social y a los sistemas políticos. Es el pueblo que inventa la discusión; que inventa la crítica. Mira al pasado y crea la historia; mira al futuro y crea las utopías[8].

Y así, en aquellas utopías factibles de Hayek o Kirzner o en general los austriacos –como también lo eran las de Vitoria, Soto o Mercado-  la actividad humana se encuentra íntimamente relacionada con un concepto de la acción humana entendida, por un lado, como una característica esencial y eminentemente creativa de todo ser humano y, por otro, como el conjunto de facultades coordinadoras que son las que espontáneamente hacen posible el surgimiento, el mantenimiento y el desarrollo de la civilización en la que cualquiera actúa para modificar el presente y conseguir objetivos mejores en el futuro. Surge entonces la tensión serena de una actitud emprendedora en continuo estado de alerta que consiste en intentar continuamente buscar activamente, descubrir, crear o darse cuenta de nuevos fines y medios más convenientes y humanos. El futuro[9] es siempre incierto en el sentido de que está aún por hacer, y cada uno, actor privilegiado en el acontecer de su tiempo sólo tiene de él ciertas ideas, imaginaciones o expectativas que espera hacer realidad mediante su acción personal e interacción con otros actores. Se produce de forma continua en la mente una especie de fusión entre las experiencias del pasado que recoge en su memoria en el transcurso habitual de mil detalles diarios diferentes, y su proyección simultánea y creativa hacia el futuro. Porque somos, cada uno,-en definitiva- un ser humano radicalmente  irrepetible que camina despistado por los caminos del hoy sin calar muchas veces en la profunda significación de cada decisión aparentemente insignificante. Lo ancestral del pasado vive hoy hasta en las más nimias y originales acciones de cada cual, y se proyecta -con la flexibilidad de la libertad personal responsable donde está siempre latente la ley natural- en todo el despliegue interpersonal de la realidad multisecular futura.

 [1]    Stephen Kresge, Hayek sobre Hayek, un diálogo autobiográfico, Introducción, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1997, p. 39.
[2]   Jesús Huerta de Soto describe con claridad lo obsoleto de la economía estática donde los recursos están dados y despliega sus recursos docentes explicando la teoría de la función empresarial y la eficiencia dinámica: Todo este planteamiento cae por su base en la perspectiva de la nueva concepción dinámica de los procesos de mercado fundamentada en la teoría de la función empresarial y en el concepto de eficiencia dinámica que venimos analizando. Según esta perspectiva, todo ser humano posee una innata capacidad creativa que le permite apreciar y descubrir las oportunidades de ganancia que surgen en su entorno, actuando en consecuencia para aprovecharse de las mismas. Consiste, por tanto, la empresarialidad en la capacidad típicamente humana para crear y descubrir continuamente nuevos fines y medios. De acuerdo con esta concepción, los recursos nunca están dados, sino que tanto los fines como los medios son continuamente ideados y concebidos ‘ex novo’ por los empresarios, siempre deseosos de alcanzar nuevos objetivos que ellos descubren que tienen un mayor valor. A su vez, esta capacidad creativa de la función empresarial se combina, como ya hemos visto, con la capacidad coordinadora de la misma. Y si los fines, los medios y los recursos no están “dados”, sino que continuamente están creándose de la nada por parte de la acción empresarial de los seres humanos, es evidente que el problema ético fundamental deja de consistir en cómo distribuir equitativamente “lo existente”, pasando a concebirse como la manera más conforme a la naturaleza humana de fomentar la coordinación y la creación empresarial. Huerta de Soto, Las relaciones entre la ética y la eficiencia dinámica, www.jesushuertadesoto.com
[3]    Si las referimos a esa polis mundial como patria universal, bien podíamos aplicarle aquellas palabras de Julio Ortega:. “La patria (áspera o suave) es el lenguaje haciéndose, en el que somos hechos. Y es lo comunitario, su actualidad y su virtualidad, lo que la literatura convoca a través de la imaginación de lo nuevo, que nos anticipa en un espacio hecho en la comunicación identificatoria”  Julio Ortega: “La literatura mexicana y la experiencia comunitaria”, Revista Iberoamericana, nº 148-149, julio-diciembre, 1989, p.607
[4]   El movimiento modernista se funda como su antecedente francés en el símbolo. La imaginación adopta un papel fundamental, mientras que las derivaciones del racionalismo y la fenomenología parecen ofrecer a principios de siglo un mundo indefinible, pero también un mundo por desvelar y descubrir a tono con las teorías idealistas que será descubierto por la mano del artista. Pero un mundo  oculto tras el alma de las cosas que buscaba Dario (o la magia cotidiana de Breton) un alma de las cosas que de la analogía le lleva al encuentro con el Enigma, metaforizado a su vez en la figura de la Esfinge.  
 El enigma es también la búsqueda de la armonía, el encuentro de los elementos analógicos del mundo que les lleve a la unidad y, por tanto, al símbolo. Pero también un mundo en el que las correspondencias hacen que un elemento se disuelva en los contenidos de otro y lleguen a la formulación de tres elementos retóricos esenciales: el símbolo, la metáfora y finalmente la imagen, es decir la búsqueda de la plasticidad y del reconocimiento de un mundo nuevo que será llevado a cabo finalmente por la nueva narrativa. Rocío Oviedo y Pérez de Tudela,Creatividad y metáfora: el ejemplo del castellano y la literatura hispanoamericana” , 2º Congreso de la Asociación coreana de hispanistas, Alcalá de Henares, 27 a 29 de junio de 2002
 [5] Peter Klein, Obras Completas, V. IV, p. 2.
[6] La globalización de actividades económicas se realiza, como es bien sabido, por varias vías:
 – La división internacional del trabajo y la especialización en el comercio exterior de bienes y servicios (en sentido tanto horizontal como vertical),
 – Las inversiones directas extranjeras y los flujos financieros internacionales,
 – La migración internacional del capital humano y sobre todo de personas con elevados niveles de cualificación (“cerebros”), así como los avances tecnológicos y su diseminación en el mundo. Juergen B. Donges,  Las críticas contra la globalización económica, a examen, Madrid, Unión Editorial, S.A. 2004, p.10
Y también, para expresar ese efecto beneficioso de la globalización: Entre los economistas académicos, que tratan el tema con los modelos pertinentes de la teoría real del comercio internacional y las teorías del crecimiento económico y que realizan las contrastaciones empíricas mediante los instrumentos de la econometría moderna, prevalece una evaluación positiva de los efectos de la globalización: se considera la globalización como una fuente (potencial) de prosperidad y de bienestar para amplias capas de la población social y como un mecanismo (en principio) efectivo para mejorar la calidad de la política económica, alineándola más con los criterios de la eficiencia económica. Juergen B. Donges,  Las críticas contra la globalización económica, a examen, Madrid, Unión Editorial, S.A. 2004, pp. 11-12
[7]    Ernst Bloch en 1918. Geist der Utopie. Original filosofía de la utopía durante el XIX. Según Gutiérrez Girardot, Bloch hace que la utopía se desligue de la idea de quimera y se convierte en una categoría antropológica e histórica.
[8]    Henríquez  Ureña: La utopía de América, op. cit, pp. 6-7
[9]  La ingente cantidad de interrogantes que ante nosotros surgen, fruto de la interacción de las espectaculares novedades producidas en los ámbitos de la información, la comunicación y la tecnología, asociadas al imparable proceso globalizador, pueden hacernos ver esta época como tiempo de incertidumbre, vacilación y riesgo. Y sin duda algo de todo esto hay. Pero como hoy nos ha dicho el Dr. Iranzo “la globalización es una situación inédita que abre grandes oportunidades al desarrollo y bienestar de los ciudadanos de la mayoría de los países”; es, probablemente, el signo de identidad de un nuevo tiempo, tiempo que a nosotros corresponde convertir de esperanza y progreso.Manuel López Cachero, “Contestación al discurso pronunciado por el Excmo Sr. Dr. D.  Juan E. Iranzo en la toma de posesión como académico numerario de la Real Academia de Doctores de España”, Globalización y Nueva Economía, Madrid, Instituto de Estudios Económicos, 2003, p. 155