La visión hayekiana estimulante de la competencia como descubrimiento innovador incesante.  Apartado 3 – Capítulo V – Justicia y Economía

JUSTICIA Y ECONOMÍA

CAPÍTULO  V

ECONOMÍA   Y   DERECHO   DE   LA   COMPETENCIA   COMO MANIFESTACIÓN DEL PRECIO JUSTO 

Apartado 3

La visión hayekiana estimulante de la competencia como descubrimiento innovador incesante. 

Como no podía ser menos dada su posición convencida en pro de la defensa, promoción y explicación de la economía de libre mercado –y como uno de los aspectos más vitales de toda su cosmovisión económico-jurídica- Hayek trató ampliamente sobre cuestiones de competencia, si bien siempre ponía en claro sus diferencias con muchos de los planteamientos y con las aplicaciones más extendidas de la legislación al uso sobre estas cuestiones. Entre libertad y coacción, siempre estaba del lado de la libertad y gran parte de su esfuerzo lo dedicó a defender, proponer y explicar que las reglas del libre mercado y la competencia alcanzan unos resultados mucho mejores en términos de bienestar -y también en términos morales- que los sistemas de reglas alternativos. Así, nos dice:

El argumento en favor de la libertad no es un argumento contra la organización, uno de los más poderosos medios que la razón humana puede utilizar, sino contra todas las organizaciones exclusivas privilegiadas y monopolísticas, contra el uso de la coacción para impedir a otros que traten de hacerlo mejor.[1]

 Estaba convencido también de la veracidad de aquello que desarrolló ampliamente otro premio Nóbel, Buchanan, cuando explica  que

si las reglas influyen en los resultados y si algunos resultados son “mejores” que otros, se sigue que en la medida en que las reglas pueden ser elegidas, el estudio y análisis de reglas e instituciones comparativas se convierten en el objeto propio de nuestra reflexión.[2]

Hayek, en este mismo sentido y comparando entornos donde los sistemas de reglas favorecen la  competencia y aquellos en los que no la hay o la entorpecen,  nos dirá que

 si en una sociedad carente de espíritu empresarial se le permite a la mayoría abortar cuantas iniciativas pueda considerar inoportunas, poca probabilidad existe de que llegue a germinar adecuadamente el proceso competitivo. Dudo que un régimen democrático de tipo ilimitado haya engendrado jamás un orden de mercado verdaderamente competitivo y estimo que lo más probable es que, allí donde tal tipo de democracia exista, no pervivirá con el debido rigor el aludido modelo social. La competencia implica siempre para quienes se ven sometidos a ella un cierto nivel de inconveniencia que les impide disfrutar de una plácida existencia, siendo tal aspecto de la misma, en general, efecto mucho más perceptible que las indirectas ventajas que la misma implica. Mientras, en efecto, los productores del sector competitivo percibirán, por ejemplo, el pleno impacto de esos directos efectos, las masas consumidoras, estamentos a quienes especialmente benefician las correspondientes reducciones de precios y mejoras de calidad, permanecerán, por lo general, ignorantes de las mismas.[3].

 Insistiendo en esta misma línea argumental nos dirá también que

 no sólo es el método competitivo el único que, entre los conocidos, es capaz de poner al servicio de la comunidad los personales conocimientos y capacidades de cada uno, sino que constituye también la mecánica en virtud de la cual cada individuo consiguió adquirir tales conocimientos y capacidades.[4]

 Alumbrará todo ello, indefectiblemente, el espíritu empresarial, gracias a la aplicación del único método que es capaz de hacerlo. La competencia es, entre otras cosas, eficaz caldo de cultivo de una cierta disposición intelectiva. Los planteamientos mentales que a la clase empresarial caracterizan no hubiesen surgido de no haberse visto los empresarios obligados a actuar en un determinado entorno. La innata capacidad intelectiva toma derroteros muy diferentes según sea el tipo de tareas a las que el individuo deba enfrentarse.[5]

 Debemos, por ejemplo, estar siempre dispuestos a adoptar cualquier medida orientada a garantizar la competencia en orden a impedir el abuso del derecho dominical. Tal logro, sin embargo, requiere que se avance aún más en la restricción de las tendencias instintivas que caracterizan al micro-orden, es ecir, estos deseos de retornar al orden de reducido ámbito al que tantas veces no hemos referido (véase el primer capítulo de la presente obra, así como Schoeck, 1966/69). Porque estas instintivas predisposiciones se ven frecuentemente amenazadas, en efecto, no sólo por la propiedad plural, sino también —y quizá aún en mayor medida— por la competencia, lo cual induce a muchos a añorar la “solidaridad” no competitiva.[6]

 Estaba también convencido, al igual que nuestros autores del XVI de que las leyes de promoción y defensa de la competencia son vitales y van dirigidas al saneamiento y transparencia de la actividad del mercado, es decir, de la actividad económica a través del saneamiento y mejora de los operadores que actúan en esos mercados libres. Ahora bien, su visión original del desarrollo de la competencia personal le lleva a considerarla como un proceso de descubrimiento coordinado espontáneamente por el mercado y como un acicate que insta desde el interior de la persona a la mejora en su actividad empresarial:

 Al ser la competencia sólo un método de descubrimiento, forzoso resulta confiar al respecto en el incentivo del interés personal.[7] Y también dice: Cómo llegará a comportarse cada ser humano bajo el acicate de la competencia, o qué resultados concretos la misma habrá de depararle, son cuestiones que, a priori, en modo alguno pueden anticipar quienes en el proceso intervienen y mucho menos cualquier otro individuo. [8] Y su visión en la que la persona humana ocupa el lugar central le lleva a decir que ningún otro ser humano, en efecto, dispone de la información sobre la cual cada individuo ha de basar sus decisiones.[9] Y también que hombres y cosas, por propia naturaleza, son siempre diferentes, por lo que, a menudo, algunos seres humanos (e incluso, a veces, un solo individuo) disponen de ciertas ventajas relativas sobre los demás. [10]

 Si sobre las gentes se impone una opinión única (sea ésta de carácter o mayoritario o singular) acerca de cómo procede normalmente hacer algo, el antes aludido proceso de sustitución de los existentes hábitos por otros en mayor medida racionales resultará inviable. El desarrollo intelectual de una comunidad se basa en la lenta difusión de las opiniones sustentadas por un escaso número de personas, con independencia de que tal proceso redunde quizá en perjuicio de los particulares intereses de quienes no las comparten. Nadie, desde luego, deberá poder imponer nuevas formas de comportamiento en razón a que, a su modo de ver, sean más acertadas, pero cuando el éxito refrende la adecuidad de las mismas, por muy grandes que sean los perjuicios que ello pueda acarrear a quienes a los tradicionales métodos se aferran, no deberán éstos obtener protección alguna. Al fin y al cabo, la competencia implica siempre que un limitado número de personas obligue a quienes integran la mayoría a hacer algo que a ésta desagrada, sea trabajar más, alterar su habitual forma de actuar, o desarrollar sus actividades según modalidades que exijan un mayor nivel de tenacidad o atención.[11]

Hayek intenta una y otra vez ir roturando nuevas vías marcando la pauta para alcanzar el sistema de reglas ideal que potencie la creación y acrecentamiento de la riqueza, la empresarialidad y el empleo en nuestras sociedades, a veces anquilosadas en algunos aspectos. Crear empresas y promocionar la empresarialidad es mejorar la competencia. Sin agentes dinámicos empresariales que asumen los riesgos de sus inversiones no puede germinar y crecer la competencia:

 Esa concepción de la competencia abierta y personal basada en el proceso de estímulo a la inteligencia que genera descubrimientos continuos en sus peculiares circunstancias le lleva a decir que no sólo es el método competitivo el único que, entre los conocidos, es capaz de poner al servicio de la comunidad los personales conocimientos y capacidades de cada uno, sino que constituye también la mecánica en virtud de la cual cada individuo consiguió adquirir tales conocimientos y capacidades.[12]

 La competencia estimula desde la libertad nuestra imaginación y creatividad, a la vez que es un acicate para  nuestra responsabilidad:

 Alumbrará todo ello, indefectiblemente, el espíritu empresarial, gracias a la aplicación del único método que es capaz de hacerlo. La competencia es, entre otras cosas, eficaz caldo de cultivo de una cierta disposición intelectiva. Los planteamientos mentales que a la clase empresarial caracterizan no hubiesen surgido de no haberse visto los empresarios obligados a actuar en un determinado entorno. La innata capacidad intelectiva toma derroteros muy diferentes según sea el tipo de tareas a las que el individuo deba enfrentarse.[13]

Coincide significativamente con Israel Kirzner en estos aspectos, como cuando éste nos dice:

La libertad de entrada constituye tanto una sana amenaza a quienes ya se encuentran en el mercado, forzándoles a continuar alerta, como un efectivo cumplimiento de la  amenaza misma. Los productores que han sido agraciados con el favor del público se hallan bajo la presión de servirlo con más eficacia, detectando la disponibilidad de oportunidades, hasta entonces inadvertidas, que tendrán que introducir si quieren contrarrestar el empuje de los recién llegados; estos, a su vez, entran precisamente porque han logrado explotar oportunidades así. La libertad de entrada a recién llegados destruye así cualquier situación de privilegio de que pudieran disfrutar quienes ya se encuentran en el mercado, impidiéndoles dormirse en los laureles o relajar su alerta empresarial. Y es esta misma presión dinámica de la competencia la que genera la incesante serie de descubrimientos –lo que Schumpeter llamaba la “incesante tormenta de destrucción creativa”- que constituye el proceso del mercado.[14]

 Por otra parte, Hayek fue capaz de sintetizar los problemas y sus raíces adelantándose a los cambios con un gran acierto y profundidad. Se adelanta a los tiempos cuando pone sobre el tapete intelectual -basándose en aquel concepto de competencia personal no determinista- la actitud contraria a las concepciones abstractas y alejadas de la realidad. En este sentido crítica fuertemente la así llamada -y continuamente presentada como paradigma utópico- “competencia perfecta”:

Así también  pone el dedo en la llaga cuando dice que habida cuenta que en innumerables sectores económicos la intervención del poder público ha venido siempre impidiendo que la competencia plasmara esos favorables resultados que indefectiblemente produce siempre que se le permite libremente operar, es evidente que deberíamos esforzarnos por facilitar su extensión a todo el sistema económico, en lugar de tratar de someterla al cumplimiento de unas inalcanzables normas de «perfección».[15] O también dice: Cuando no concurren las condiciones que caracterizan a la competencia «perfecta», no cabe exigir a los empresarios que actúen «como si existiera».[16]

 El autor critica con clarividencia y desparpajo aquella imagen neoclásica de la competencia que tantos economistas durante tantos años pusieron de moda en todos los ámbitos intelectuales, empresariales, sindicales,  legislativos  y políticos. Según esta construcción abstracta nada realista, la competencia se define como un estado de los negocios en la que los vendedores que compiten entre sí  ofertan productos homogéneos y en tan pequeñas cantidades  que ninguno de ellos individualmente tiene control sobre los precios de mercado de los bienes y servicios. Esos atomísticos vendedores toman los precios de mercado como dados y, entonces, con esa información, intentan generar un output que maximice su propio beneficio. El equilibrio final de la producción total es aquél en el que  los consumidores y usuarios obtienen los productos y servicios a los costes y precios más bajos posibles. A este tipo de mercados se les denomina de pura competencia o  competencia perfecta si se da perfecta información. Se dice que los recursos entonces se asignan eficientemente.

Hayek criticó este tipo de enfoques en las políticas y en la teoría de economía y el derecho de la competencia[17]. Así por ejemplo nos dirá que

 carece literalmente de lógica pedirle a alguien que se comporte «como si la competencia existiese» o como si ésta fuese más perfecta de lo que en realidad es. Más adelante subrayamos que una de las principales causas que en el planteamiento de estas materias han inducido a error radica en la idea de que la competencia opera sobre la base de la existencia de determinadas «curvas de coste» observables y objetivas cuando, en realidad, tales figuras son mero reflejo de la estimación personal y conocimiento del actor, realidades que sin duda variarían fundamentalmente según esté situado en un mercado altamente competitivo o en otro donde la competencia se halle adormecida o brille por su ausencia.[18]

 Desde este punto de vista, se asume también por las concepciones que critica que monopolio significa que hay solamente un ofertante de un producto sin sustitutos cercanos o que varios oferentes del mismo producto coluden para restringir la producción. El efecto económico de tal monopolización es que el output se restringe en los mercados y los precios se incrementan en perjuicio de los consumidores. Tales restricciones de la producción reasignan negativamente los recursos y reducen el bienestar social.   Sin ser tan drástico como Armentano también Hayek estaría bastante de acuerdo con él en que si las leyes antitrust eran pensadas originalmente para proteger las organizaciones menos eficientes, más que promover el interés de los consumidores, entonces, desde esta perspectiva, la regulación antitrust es otro ejemplo histórico de proteccionismo a los “buscadores de rentas” a través de la legislación. Y que el efecto conseguido con ello es el de lesionar la eficiencia económica.[19]

Téngase en cuenta que la verdadera eficiencia es un aspecto básico en el funcionamiento óptimo de nuestro  sistema de economía de libre competencia donde se requiere que los ciudadanos sean servidos por aquellas empresas que, gracias a su mejor gestión en los distintos ámbitos de su actividad, han conseguido producir una mayor cantidad de producto a los menores costes posibles alcanzando una mejor relación calidad-precio. La eficiencia requiere, también, que sean las empresas que han desarrollado y comercializado los productos que mejor se adaptan a las preferencias objetivas y subjetivas de los consumidores las que lideren el mercado. Y el funcionamiento eficiente de los mercados sólo es posible si tan sólo sobreviven en el mismo las empresas que producen lo que los demandantes finales prefieren y lo hacen empleando los menores recursos posibles. Consecuencia directa de este razonamiento es que todas aquellas medidas que dificulten la salida del mercado de una empresa ineficiente o la incorporación a una entidad superior más eficiente que pueda aprovecharse de las economías de escala, representan, pues, una barrera a la competencia efectiva en el mismo y reducen el bienestar y desarrollo económico. La evidencia económica demuestra  que los beneficios   económico-sociales son mayores en aquellas economías donde no sólo las barreras a la entrada de nuevas empresas son menores, sino que también se facilita y no se obstaculiza la salida o reorganización societaria de empresas ineficientes.

 Además, para Hayek -en la línea también de Adam Smith luchando contra todo tipo de monopolios y de  privilegios- la sociedad se anquilosa si se estructura en núcleos pasivos monopolizantes refugiados en el calor de los privilegios y las barreras levantadas artificialmente en contra de posibles competidores potenciales entrantes. Ello con el beneplácito y anuencia en muchas ocasiones de las administraciones públicas.

 Muchos se niegan a aceptar la afirmación de referencia por considerar equiparables entre sí los conceptos monopolio y privilegio. Ahora bien, siempre y cuando la incapacidad de otros para acceder al mercado no sea consecuencia de que se les prohíba hacerlo, el hecho de que sólo uno o un escaso número de productores sean capaces de satisfacer la demanda a precios con los cuales otros sean incapaces de competir no constituye privilegio alguno. El término «privilegio» (privi-legium) hace referencia a un derecho amparado en algún tipo de discriminatoria concesión y nada tiene que ver con la existencia de ciertos hechos objetivos que sólo en algunas personas coinciden. [20]

Conviene señalar también, respecto a los monopolios públicos, que Hayek no era radicalmente opuesto. Simplemente, con su sentido común inteligente, ponía límites a su consolidación. Así cuando le preguntaron por ejemplo si no se oponía a que el gobierno produzca servicios, por ejemplo, con tal de que no impida su producción privada, contestó:

 Exactamente. Claro que existe una gran dificultad. Si el gobierno no lo hace proveyéndolo por debajo de su coste de producción, no hay modo de que la competencia privada pueda intervenir. Quisiera que se forzara al gobierno, en la medida en que venda un servicio, a que lo hiciera a su coste de producción. No me opongo a que el gobierno proporcione un cierto número de servicios, sino en todo caso a que detente cualquier monopolio. En la medida en que sólo el gobierno pueda proporcionar un servicio, vale, pero habría que permitir el que otros también pudieran intentar prestarlo[21].

Si las Administraciones Públicas son las  únicas que acaban practicando los distintos  tipos de actividades y servicios, desaparece la potencia creadora de la libre competencia en la producción de múltiples necesidades y preferencias que distintos grupos de ciudadanos desean por una u otra razón. Además, difícilmente se puede hablar adecuadamente de verdaderos precios cuando nos referimos a tasas o precios públicos. Téngase en cuenta que los verdaderos precios son los precios de mercado que son determinados por los juicios valorativos de los intervinientes y que reflejan la escasez relativa de los diferentes bienes y servicios y el deseo relativo de conseguirlos por parte de los diversos individuos. Dichos precios auténticos en libre competencia funcionan entonces como un sistema de señales que indican cuándo comprar y cuándo no hacerlo, cuándo producir más y cuándo producir menos, permitiendo que sean las libres decisiones personales de todos y cada uno de los individuos las que determinen la asignación de recursos de esa sociedad. El resultado de todas esas decisiones individuales y dispersas es una asignación de los recursos eficiente y conforme con quienes participan. Las intervenciones públicas pueden distorsionar esas informaciones degradando el sistema. Sin los mercados en competencia no existen precios, las valoraciones subjetivas de miles de personas no se pueden manifestar, el sistema de orientación falla y resulta imposible, no sólo el cálculo económico, sino también lo que la gente podría producir, cuánto y cómo, o en qué, cuándo y cómo  trabajar diariamente. De ahí la importancia de ir eliminando progresivamente las interferencias directas en los sistemas de los mercados.

Por otra parte Hayek, -siendo consciente de que los ciudadanos y empresas tienden a estar a favor de la competencia en cuanto consumidores o usuarios, pero casi todos los mismos ciudadanos y empresas están en contra de la competencia y en contra de los órganos de defensa de la competencia en cuanto productores- no tenía una predisposición negativa contra la gran empresa por principio y en contra de muchas de las concepciones al uso:

El erróneo énfasis otorgado al supuesto según el cual la empresa tiene capacidad de influir sobre los precios, la negativa predisposición con que normalmente se observa la gran empresa, así como otras diversas equivocadas apreciaciones de tipo «social» (en virtud de las cuales se postula, por ejemplo, la conveniencia de proteger la pervivencia de la clase media, del pequeño empresario, de los estamentos artesanales o del comercio al por menor y en general a la existente estructura social), han frenado en el pasado notablemente el desarrollo económico y técnico de la sociedad. Concíbese el «poder» de la gran empresa como algo intrínsecamente malo que el gobierno debe, a través de convenientes intervenciones, limitar. Quizá sea esta actitud la que en mayor medida haya dado lugar a que, partiendo de premisas liberales, hayan sido alcanzadas conclusiones fundamentalmente incompatibles con el ideal de la libertad.[22]

Estas consideraciones de Hayek no llevan a la conclusión de que hay que ser muy cuidadosos a la hora de aplicar la legislación sobre competencia debido también a la predisposición actual de la opinión pública contra las grandes empresas. Sancionar en casos no suficientemente claros puede perjudicar el desarrollo de la dinámica empresarial inversora e innovadora que intenta estar en vanguardia y trata de penetrar en mercados asentados en los distintos ámbitos de la actividad económica drenando con esas decisiones el beneficio del consumidor al ralentizar el proceso abierto de transformación y de destrucción creadora en los mercados libres. Por lo tanto y por todo ello,  bien se puede decir como conclusión final que Hayek ha estado siempre en vanguardia con ideas rompedoras que -con valentía- ha sabido desarrollar a lo largo de su extensa obra. Situado en la proa del desarrollo intelectual en el ámbito de la teoría de la competencia, profundiza siempre a contra corriente de los tópicos aún hoy muy extendidos Sus fundamentos se encuentran en el núcleo central de los principios más necesarios  para alcanzar un futuro cada vez más libre, emprendedor, responsable y dinámico, cuyo horizonte, cuando se publicaron su primeras ideas al respecto, muy pocos acertaban a vislumbrar.  Su lectura no dejará a nadie indiferente porque suscita controversias que se encuentran en el núcleo central de la comprensión de los fundamentos básicos de la economía responsable de libre mercado. Téngase en cuenta, además, que decir economía responsable de libre mercado es, en definitiva, lo mismo que decir: ECONOMÍA, sin más adjetivos. Como estamos viendo a lo largo de este trabajo, la economía responsable de libre mercado es la única verdadera economía humana presente ya en mayor o menor medida en las distintas civilizaciones de vanguardia desde tiempos ancestrales.

 

[1]   F.A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, Madrid, Unión Editorial, S.A. Madrid, 1998,   p. 64.
 [2]  Buchanan, James M. Geoffrey Brenan, La razón de las normas. Economía política constitucional. T.O. The  Reason of  rules. Constitutional Political Economy, Cambridge, 1985, Madrid, Unión Editorial, S.A. 1987,  p 40.
 [3]   Hayek Friedrich, Derecho, Legislación y Libertad. Volumen 3, el orden político de una sociedad libre. Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982, pp. 139-140.
 Hayek, Ibid., p.135.
Y también nos dirá que la competencia no perturbada tiende a materializar una situación en la cual concurren los siguientes hechos: serán producidos, en primer lugar, cuantos bienes alguien sepa producir y puedan ser vendidos rentablemente a precios a los cuales los compradores prefieran su adquisición a cualquier otra posibilidad; cuanto se produzca será ofrecido, en segundo lugar, por quienes son capaces de hacerlo por lo menos de manera tan económica como cualquier otro individuo no dedicado a la citada labor; y, en tercer lugar, los artículos serán vendidos a precios iguales, y no inferiores, a los que por ellos exigirían quienes hoy están ocupados en otras actividades.
 [4]   Hayek Friedrich, Derecho, Legislación y Libertad. Volumen 3, el orden político de una sociedad libre. Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982, p. 137.
[5]    Hayek, Ibid., p. 139.
[6]    Hayek, La Fatal Arrogancia. Los errores del Socialismo. Madrid, Unión Editorial, 1990. pp. 74.
[7]   Hayek Friedrich, Derecho, Legislación y Libertad. Volumen 3, el orden político de una sociedad libre. Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982, pp. 128.
 [8]    Hayek, Ibid., pp. 127-128.
[9]    Hayek, Ibid., p. 129.   
[10]   Hayek Friedrich, Derecho, Legislación y Libertad. Volumen 3, el orden político de una sociedad libre. Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982, pp. 134.
 [11]   Hayek, Ibid., pp. 139-140.
 [12]    Hayek, Ibid. p. 137.
[13]   Hayek Friedrich, Derecho, Legislación y Libertad. Volumen 3, el orden político de una sociedad libre. Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982,  p. 139.
[14]   Israel M. Kirzner. Creatividad, Capitalismo y Justicia Distributiva. Nueva Biblioteca de la Libertad 12, Madrid, Unión Editorial, S.A. 1995, p. 141
Lo que productores, propietarios de factores y consumidores decidan hacer en cada momento, por consiguiente, será decidido bajo esta particular presión de la competencia que lleva a describir, advertir o estar alerta ante cursos de acción alternativos hasta entonces inadvertidos. Del mismo modo, lo que decidan producir, los ingresos y beneficios que obtengan, y los bienes de consumo que proporcionen, son todos, en mayor o menor grado, resultado de descubrimientos alentados por la presión de la competencia
[15]   Hayek Friedrich, Derecho, Legislación y Libertad. Volumen 3, el orden político de una sociedad libre. Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982, p. 136
[16]    Hayek Friedrich,  Hayek Friedrich, Derecho, Legislación y Libertad. Volumen 3, el orden político de una sociedad libre. Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982, p. 128.
 [17]   La tradición científica que, partiendo de Mandeville, llega hasta la Escuela austriaca de economía demuestra la imposibilidad, no sólo del psicologismo, sino también de la construcción racional de la escala de preferencias. Y rechaza la idea de equilibrio, puesto que sólo hay acción allí donde hay desequilibrio. Lorenzo Infantino,  El orden sin plan. Las razones del individualismo metodológico. Madrid. Unión Editorial, S.A. 2000, p. 334
[18]  Hayek Friedrich, Derecho, Legislación y Libertad. Volumen 3, el orden político de una sociedad libre. Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982, p. 128.
[19]  Armentano, Dominick T. Antitrust Policy, The case for repeal, Cato Institute, Washington, 1986
 [20]   Hayek Friedrich, Derecho, Legislación y Libertad. Volumen 3, el orden político de una sociedad libre. Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982, p.134.
 [21]  Hayek Friedrich, Hayek sobre Hayek, Un diálogo autobiográfico, V.I, Obras Completas, Madrid, Unión editorial, 1977, pp. 143-144.
 [22]   Hayek Friedrich, Derecho, Legislación y Libertad. Volumen 3, el orden político de una sociedad libre. Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982, p. 141.