El ahorro y la inflación – Apartado 4 – Capítulo VI – Justicia y Economía

JUSTICIA Y ECONOMÍA

ÍNDICE GENERAL

CAPÍTULO  VI

 LA  EXIGENCIA  CONTINUA  DE  LA  MORAL  PERSONAL  EN  LA ECONOMÍA  LIBRE  DE  MERCADO.

Apartado 4

El ahorro y la inflación.

Si, por definición y como se ha dicho, el consumo improductivo sin moderación produce un efecto reductor del ahorro, el proceso más altamente pernicioso  para el ahorro es el proceso inflacionario. La inflación perjudica gravemente el ahorro y estimula el incremento sin mesura y proporción del consumo. Con la inflación, los tipos de interés reales pueden quedar muy mermados o ser incluso negativos, depreciándose  el valor del dinero. Los operadores económicos que son conscientes de la situación tienden a endeudarse porque en situación inflacionista es rentable hacerlo. Todos huyen del dinero  y la inestabilidad produce efectos altamente perniciosos en todo el entramado económico-social y financiero. Al contrario, cuando los empresarios y las familias disponen de una moneda estable y de unas instituciones que casan ahorro e inversión con premura y flexibilidad, toman las distintas decisiones desde la reflexión, la serenidad y con perspectiva de futuro. El objetivo básico, tanto económico como financiero, y también laboral porque ello acaba afectando al empleo –incluso a veces de manera dramática-, es, por lo tanto, controlar y hacer que la inflación disminuya. Los grandes desastres históricos han estado habitualmente precedidos de distorsiones y crisis económicas consecuencia de los procesos inflacionistas. La peor enfermedad monetaria y económica es la inflación. Y la inflación –en el fondo- es una grave enfermedad moral.

Y así, Wilhelm Röpke sitúa el origen de la inflación en un desorden de la sociedad y en una enfermedad moral y no sólo en un mero error monetario cuya solución pueda encomendarse sin más a los especialistas de las finanzas. Desde los primeros esbozos de la teoría cuantitativa del dinero con los escolásticos tardíos, se era consciente de que la degradación de la moneda era debida a conductas amorales por devaluaciones gubernamentales y por empobrecimiento fraudulento de las piezas monetarias por los particulares. Y añadía Röpke algo que estaba en plena consonancia con Hayek en su polémica con Keynes:

El profundo desorden económico y social con el que nos enfrenta la inflación actual ha sido precedido por otro de índole espiritual. De no haber existido un Keynes, o, por hablar con mayor exactitud, de no haber existido el autor de un libro titulado The General Theory of Employment, Interest and Money, entonces la ciencia de la economía sería, tal vez algo más pobre en algunos puntos, pero los pueblos serían mucho más ricos, porque la salud de su economía y de sus monedas estaría menos amenazada por la inflación.[1]

 Esta es la llamada  inflación fiscal[2] que se controla a través de la política presupuestaria exigente de los gobiernos y que si bien su control requiere fortaleza por parte de quien la debe aplicar tratando de equilibrar primero las cuentas públicas e incluso alcanzando un superavit después, acaba cosechando satisfacciones a medio y largo plazo, tanto en crecimiento de la producción y del empleo como en estabilidad y también en una recaudación más elevada para el fisco que podrá sustentar unos gastos públicos más sólidos e incluso hará posible un cierto Estado del Bienestar. Esta inflación fiscal, como también las que señalaremos a continuación, también se daba con mayor o menor presión según las circunstancias y las decisiones políticas en el siglo XVI en España y se puede dar en cualquier época o lugar.

Para tratar de gastar más desde el ámbito público al estilo keynesiano                -confiando en que así se aumentaba el empleo dando por cierta la curva de Phillips[3]– y ampliar más y más el Estado del Bienestar, se tiende a incrementar la presión fiscal queriéndola hacer más y más progresiva. Junto con esas  tasas impositivas elevadas[4] -que perjudican esa fuente de energía económica que es el ahorro- las extensas mallas de seguridad estatal creadas en el proceso de crecimiento del Estado de Bienestar también acaban siendo perjudiciales para el ahorro. Si se extiende la sensación de que el futuro está asegurado por el Estado, que la educación y sanidad es gratuita y que el Estado Benefactor cuidará de cualquier necesidad vital, se está fomentando el consumo irresponsable y perjudicando el trabajo productivo y la fuente del ahorro y la inversión. Despreocupados del futuro, los ciudadanos se instalarán en el disfrute del presente. Como la ética y la economía tienen sus leyes, el proceso no podrá resistir sus contradicciones internas[5] y, más tarde o más temprano, ante las necesidades de financiación, se estará obligado a rectificar traumáticamente. Con un fraude añadido: quienes confiados en el Estado no ahorraron en su momento no pueden rectificar las decisiones tomadas en el pasado.

Además de la inflación fiscal surte efectos sobre el ahorro, a la vez, la que hoy se suele denominar inflación importada. Esta es aquella que  depende de la ortodoxia general macroeconómica propia y de los países con los que se mantienen relaciones comerciales y financieras más intensas[6]. Esta inflación tiene mucho que ver con lo que podíamos denominar competir en competencia  desinflacionista con otras áreas. Los países y regiones que más éxito obtengan en la aplicación de las políticas antiinflacionistas, mejor desarrollo económico conseguirán extendiendo además al exterior su ortodoxia, estabilidad y reducción de esa grave enfermedad moral.

Junto a las anteriores no se puede dejar de citar la inflación de costes. El control de ésta depende en forma decisiva de la introducción persistente e inteligente –como ya se ha señalado en el capítulo anterior- de mayor competencia en todos los mercados de bienes y servicios, así como en los laborales, con especial influencia en los que son necesarios para el desarrollo de la actividad en todos los sectores y que siempre se presentan insertados en las cuentas de resultados de todas las empresas y de todas las familias (los costos energéticos por ejemplo). El papel decisivo para el control de la inflación de costes lo juega la aplicación amplia y profunda de las leyes y políticas de promoción y  defensa de la competencia.

Por otra parte, en esta desinflación de costes juega un papel primordial la innovación e inversión en nuevas tecnologías. Y la creatividad y la innovacion son también deflacionistas en cuanto incrementan la productividad. La nueva realidad tecnoeconómica ha reducido drásticamente el coste de almacenaje, procesamiento, transmisión y difusión de la información, y afecta al diseño, la gestión y el control de la producción y de los servicios del sistema económico en general[7]. Todas las actividades comerciales, financieras, industriales y de servicios, incluso las agrícolas, están siendo transformadas. Los ritmos de crecimiento de la productividad real (quizás no tanto la oficial calculada sobre el PIB) se ven incentivados cuando el gasto en tecnologías de la información y telecomunicación se incrementa.

En estas tres causas de la inflación las entidades financieras juegan algún papel, pero de carácter secundario, ahora bien, teniendo en cuenta que la inflación es un fenómeno monetario (cantidad de dinero que circula en el sistema), el papel de las entidades financieras es decisivo y relevante respecto al control de la inflación en el ámbito nacional en la que podemos llamar inflación de la inversión  que desarrollaré más ampliamente poco después ya que es una de las más importantes aportaciones de Hayek con su teoría de los ciclos y que también tiene causas de carácter moral.

Por último, y como ya se ha señalado en capítulo anterior, toda la normativa liberalizadora que abre el camino a  todas aquellas  medidas que permiten potenciar la flexibilidad, competencia, innovación y productividad reducen la inflación, y, además, no sólo hacen posible la estabilización, sino que, a través de ellas, pueden ejercer un considerable influjo positivo sobre la creación de empleo con efectos económicos altamente beneficiosos para todos.

Bien podemos concluir, para finalizar este apartado que cuanto más extendida esté la costumbre –hecha hábito- de moderar los gastos –especialmente los de consumo improductivo- incrementándose los ahorros por mejoras también en el empleo y en la productividad,  más tranquilidad social y menos se necesita la intervención ni de los gobiernos desde el presupuesto público, ni de los bancos centrales elevando los tipos de interés o exigiendo restricciones crediticias para mantener a raya la inflación. El ahorro, en definitiva, produce desinflación, y la desinflación autogenera e incentiva a su vez fortaleza en la inversión, el trabajo innovador y el ahorro. Cuando los agentes económicos se acostumbran a vivir en un entorno económico donde observan el afianzamiento de los mercados libres, y donde observan seriedad en las políticas fiscales y monetarias de carácter macroeconómico, esforzándose en las actuaciones antiinflacionistas, los costes de reducir la inflación son prácticamente inexistentes. A favor de la cultura antiinflacionista juegan entonces las expectativas de los ciudadanos. Si la situación que se atisba en el horizonte macroeconómico es un contexto donde las políticas gozan de poca credibilidad y donde las rigideces permanecen aquí y allá en los diferentes sectores, la desinflación resulta entonces una tarea ardua y casi imposible.  Las sinergias son continuas, pudiendo evolucionar en espiral negativa decreciente o por el contrario en espiral  positiva creciente[8]:

 Cuanto más descansen las inversiones en el ahorro, tanto más elevado será el punto crítico del aumento de las inversiones y durante más tiempo podrá mantenerse la alta coyuntura sin alcanzar un nivel peligroso. Cuanto mayor sea la suma total de los ahorros y más amplio el círculo de ahorradores, más amplia será también la capa de personas y de instituciones que formarán un bloque interesado en que se mantenga un dinero honrado y bien fundamentado, tal como corresponde tanto a la mentalidad del acto ahorrador como a los intereses creados por el ahorro. Y en esta misma medida aumentará el frente antiinflacionista, sin cuya presión no cabe esperar una auténtica y eficaz política opuesta a la inflación[9].

El ahorro es lo más desinflacionista y lo que aporta mayor estabilidad y solvencia al conjunto del sistema económico. Aspectos morales que muchos expertos han pretendido dejar al margen de la economía resulta que están ejerciendo una continua presión sobre el sistema degradándolo o enriqueciéndolo espontáneamente. Ello quiere decir, que aquellos hábitos morales no sólo no son un mero añadido para cubrir de apariencia bondadosa la actividad económica, sino que -tal y como la realidad testaruda de los hechos humanos reacciona- resultan ser la piedra angular de la riqueza o de la pobreza de las personas y de las  familias, de las empresas y de las naciones.

 [1]   Röpke Willhelm, Más allá de la oferta y la demanda, T.O. Jenseis von angbot und Nachfrage, 2ª ed.,. Madrid, Unión Editorial, 1996, pp. 230-231.
[2]   Carlos I de España y V del Sacramento Imperio Romano-Germánico era esencialmente un guerrero. Su destino imperial le reclamaba todos sus pensamientos y energías,  y compartía “los rasgos que, un buen día, habría de incorporar otro patético caballero, la imagen sublime del idealismo español”.
 Frugal, incluso parsimonioso en sus gastos personales, el Emperador gastó sin cuidado alguno en sus empresas militares. La lucha contra Francia, contra los turcos y contra el protestantismo y la revuelta en Alemania le dejaron permanentemente endeudado. Al principio Holanda e Italia soportaron las cargas más pesadas. Posteriormente, el Emperador se apoyó cada vez más en España. Dado que la contribución de la corona de Aragón continuó siendo relativamente pequeña a lo largo de su reinado, la práctica equivalía a decir Castilla. Marjorie Grice-Hutchinson, El pensamiento económico en España (1177-1740), Barcelona, Editorial Crítica, S.A. 1982, pp. 167-168
[3]   Conviene recordar por ello algunas nociones de teoría y política económica respecto a la relación entre paro e inflación ya que -desde hace seis lustros al menos- se vienen planteando serias dudas sobre la eficacia de las políticas de demanda inspiradas en los modelos keynesianos que sustentaban la aparente evidencia empírica de la curva de Phillips. Es ampliamente conocido que, en 1958, Phillips publica un artículo que, como ejemplo típico de los efectos desconocidos que se producen en el mundo de las ideas y en el ámbito económico, tendrá una influencia decisiva, tanto para la teoría como para la política económica. En ese artículo, establece una relación de intercambio de carácter decreciente entre la tasa de variación de los salarios monetarios y la tasa de desempleo. A más inflación menos paro, es decir: Políticas de demanda. No pasa nada que haya un poco de inflación porque con ello se consigue más empleo.
El análisis empírico lo realiza inicialmente para la economía inglesa y se proyecta también a otros países. El análisis teórico lo llevó a cabo Lipsey encajándolo en el modelo keynesiano dando a entender que la tasa de inflación salarial es el resultado del exceso de demanda en el mercado de trabajo. Samuelson y Solow reformulan el modelo modificando la curva de Phillips estableciendo una relación, también decreciente, entre inflación y desempleo. Esa relación inversa se convertirá pronto en dogma por las vicisitudes incomprensibles de las opiniones científicas, y ejercerá una influencia y atracción decisivas sobre los representantes políticos de todas las tendencias. Los responsables políticos creían haber encontrado la piedra filosofal que les permitía elegir las combinaciones de inflación y paro deseadas en cada coyuntura. Ello les producía una seguridad y satisfacción envidiables. Cfr. Jose Juan Franch, La fuerza económica de la libertad. Madrid, Unión Editorial, 1998, pp. 98-104. Capítulo III: Intercambio libre que gener valor, pp. 71-109. Ver también www.josejuanfranch.com
[4]   El fraude fiscal es una conducta lógica cuando la presión tributaria aumenta a un ritmo acentuado mientras que el gasto público resulta visiblemente deslegitimado por la hipertrofia, el despilfarro, el favoritismo político, la ineficacia y la corrupción.Carlos Rodríguez Braun, A pesar del gobierno. 100 críticas al intervencionismo con nombres y apellidos, Madrid, Unión Editorial, S.A. 1999, p. 180
[5]   El castillo de naipes que sostenía la macroeconomía de aquella ciudad encantada empezó a derrumbarse con la pérdida de estabilidad empírica de la relación y, a través de las aportaciones de Friedman y Phelps, con los problemas que surgen de la falta de fundamentación microeconómica, especialmente, en el mercado de trabajo. Pronto los trabajadores empiezan a negociar sobre los salarios reales con ausencia de ilusión monetaria teniendo en cuenta, al firmar sus contratos, la tasa de inflación esperada. Aparece entonces la llamada tasa natural de desempleo que es aquel nivel de equilibrio del mercado de trabajo donde la tasa esperada de inflación coincide con la tasa efectiva. Según la teoría aceleracionista, al incorporar las expectativas tanto los trabajadores como los empresarios, las políticas expansivas no son capaces a medio y largo plazo de reducir el desempleo por debajo de la tasa natural, y la curva de Phillips tiende a ser vertical a largo plazo situándose en el entorno de la tasa natural de desempleo.
Se vuelve con ello a ser consciente que la inflación es un fenómeno monetario; que no hay trade-off entre inflación y desempleo a largo plazo; que cuando existen son transitorios y no estables; que las políticas de demanda no pueden afectar al crecimiento y al empleo a largo plazo; que cualquier intento artificial de mantener la tasa de paro por debajo de la natural acelerará la inflación y que, como colofón importante para nuestros argumentos, la tasa natural de desempleo sólo puede cambiar mejorando por las políticas microeconómicas de oferta.
Con las aportaciones de las Expectativas Racionales y los modelos de los nuevos clásicos se concluye teóricamente, y se observa también empíricamente, que las políticas de demanda, además de generar incertidumbres e inestabilidad, no tienen efectos sobre la renta y el empleo a no ser que sorprendan a los agentes económicos ya que estos aprenden de los engaños sistemáticos. Se concluye entonces que las tasas de inflación se pueden reducir sin costes en términos de desempleo y que las políticas deben ser creíbles por parte de los ciudadanos. Cfr. Jose Juan Franch. La fuerza económica de la  libertad, Madrid, Unión Editorial, 1998, pp. 98- 104. Capítulo III: Intercambio libre que gener valor. pp. 71-109 Ver también www.josejuanfranch.com
[6]    Hacia mediados del siglo XVI, el nivel de precios en España se había alejado del vigente en el resto de Europa. Hacia la misma época empezaron a elevarse protestas contra la importación de manufacturas extranjeras, que, atraídas por el alto nivel de los precios españoles, competían con éxito los productos fabricados en el interior. La balanza comercial se estaba volviendo contra Castilla, y el tesoro americano, que tanto había costado obtener, empezaba a esfumarse. La gente se quejaba de que España era “las Indias del extranjero”. Y era bastante cierto. Las colonias habían pagado precios altos por los productos españoles y habían enviado cantidades considerables de metales preciosos a cambio de los mismos. Ahora bien, en respuesta al aumento de los precios españoles, los extranjeros estaban inundando el mercado español con productos relativamente baratos y estaban drenando el oro y la plata fuera de España. Estaban conquistando asimismo una parte cada vez mayor del comercio con las colonias. Marjorie Grice-Hutchinson, El pensamiento económico en España (1177-1740), Barcelona, Editorial Crítica, S.A. 1982, pp. 166-167
[7]   Es un error pensar que la inflación de un 1, 2, 3 ó 4% en los países desarrollados actualmente carece de importancia ya que el crecimiento del PIB también es significativo. Creo que esto es un error precisamente por el factor innovación tecnológica. Lo normal sería, en estas circunstancias, que estuviésemos en inflación negativa de varios puntos porcentuales anualmente. Quizás tales variables macroeconómicas no parezcan preocupantes, pero desde luego son susceptibles de mejorar notablemente.
Quizás sí que estemos en un brote inflacionista respecto a lo que debería ser. Dado el incremento exponencial de la productividad, la inflación podría estar en valores de dos dígitos. Basta recordar que sólo la liberalización de las telecomunicaciones ha hecho disminuir precios en más de un 25%. Todo ello indica que, si hubiese auténtica competencia en los distintos mercados, sin rentas de monopolio u oligopolio, mientras los valores de uso de todos los bienes y servicios estarían creciendo notablemente, los valores de cambio, los precios, estarían disminuyendo de forma continuada en todos los sectores. Si se producen incrementos, algo no acaba de funcionar.
[8]   El núcleo de la tesis keynesiana ha sido desmentido por los hechos al observarse que los déficits fiscales no sólo no son expansivos sino que pueden ser los causantes de la depresión. Altos niveles de endeudamiento provocan consecuencias depresivas. “Los países de la Unión Europea son un claro ejemplo de las consecuencias depresivas provocadas por los abultados niveles de endeudamiento. Si los déficits públicos estimulasen la economía, Europa continental viviría desde hace años una intensa recuperación. Recortar los desequilibrios fiscales tiene efectos expansivos porque recorta los tipos de interés, lo que estimula la inversión. Si además ese recorte es percibido como permanente, los agentes sociales y económicos anticipan futuras rebajas impositivas, lo que estimula el gasto privado. Esto es en buena medida lo que sucede ahora en España”. Bernaldo de Quirós, L., Proceso al Estado,  Barcelona, Ediciones del Drac, 1988.
Se está llegando entonces a la conclusión de que la relación entre inflación y paro no sólo no es decreciente, sino que los efectos de las expectativas de los agentes, las políticas de oferta, la liberalización de los mercados, la globalización y la libertad internacional de capitales hacen que dicha relación sea de carácter positivo. Es decir que a menos inflación menos paro y más empleo. A más inflación: inestabilidad, huida de capitales, y más paro y desempleo.
Si este razonamiento es correcto, todo lo que favorece la cultura de la estabilidad, el ahorro y la desinflación daría lugar a que, además de los empleos directos, voluntarios o formales a corto plazo, se plante la semilla y el germen del incremento del empleo en la sociedad por la vía indirecta de la disminución de la inflación y sin miedos a la deflación por el incremento de la productividad innovadora.
[9]   Röpke, op. cit., p. 238.

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