La continuidad en la práctica de la justicia en todo el conjunto moral de las acciones humanas. – Apartado 2 – Capítulo VI – Justicia y Economía

JUSTICIA Y ECONOMÍA

CAPÍTULO  VI

 LA  EXIGENCIA  CONTINUA  DE  LA  MORAL  PERSONAL  EN  LA ECONOMÍA  LIBRE  DE  MERCADO.

Apartado 2

La continuidad en la práctica de la justicia en todo el conjunto moral de las acciones humanas.

El ámbito económico y comercial no era ajeno a esa ordenación a los principios de la ley natural captada por la razón natural y que muchas veces se expresa en ese sentido común de las gentes. Para nuestros autores de hace cuatro siglos, el arte de mercar -y con él todo lo desarrollado en los dos capítulos anteriores respecto a la economía libre de mercado y sus beneficiosos efectos sobre las gentes y la economía en general- es bueno en sí mismo. Es la trasgresión moral personal la que pervierte tal ejercicio del mercar y todo el sistema de libre mercado:

(…) mercar cualquier género de ropa, o bastimento, y sin que en el haya mudanza: tornar a venderlo, porque se aumenta el valor o muda lugar: esto es mercadear y negociar.[1] Si miento y juro: vicios y pecados son míos: no del arte, que muy bien se podría ejercitar si yo quisiese sin mentir, ni jurar. Esto me amonesta y persuade: no que deje de ser mercader, sino que deje de ser mentiroso y perjuro[2].

 Y también, abundando en la bondad del negociar –aunque aún con cierta prevención y resquemor hacia el mismo-  dicen también que es una forma de servir a Dios y agradar a los demás gozando personalmente a su vez en el ejercicio de esa profesión:

 Sólo resta que pues no quieren justificarse tanto, pretendan sustentarse con la ganancia conforme a su estado. Que en fin arte y modo de vivir es la mercancía, como la medicina, y abogacía, aunque no tan ahidalgada, porque no trata en cosa de tanto entendimiento. Este fin es justo y político, a que el hombre está obligado: y el ingenio o juicio humano ha inventado este trato entre otros medios para conseguirlo. Y quien pretendiese aún mejorarse algo por esta vía en su casa y suerte, como no sea de repente (porque muy mala señal entre sabios son, las prestas y aceleradas riquezas) servirá a Dios: agradará a los hombres, y gozará de su arte con quietud y sosiego.[3]

Lo que en definitiva  nos vienen a decir los autores del XVI español es lo mismo que Séneca decía en Sobre la felicidad: os aconsejo por vuestro propio interés: admirad la virtud; creed a los que la han seguido mucho tiempo y proclaman seguir algo grande y que cada día manifiestan más su grandeza[4].

Y así, Soto afirma con claridad:

 La justicia es virtud moral.

 Pruébase: La virtud, según  Aristóteles (2 Ethic.), es lo que hace bueno al que la tiene y su obra buena; y la justicia es tal; luego es virtud.

 Pruébase la menor: El bien del hombre es obrar según la regla de la razón, pues siendo el hombre, por su naturaleza, racional, nuestras acciones son juzgadas buenas según razón; y a la justicia le corresponde, que constituya equidad entre dos, según la línea de la razón; sucede, pues, que es virtud, y ella, como dice Aristóteles, no cualquiera, sino tanto más brillante que las demás, cuanto el Hespero sobrepuja en esplendor a los demás astros del firmamento.

Lo cual repite Cicerón (1 de Offic.), el cual dice, que en el hábito de la justicia hay el máximo esplendor de la virtud, del cual son llamados buenos los hombres.[5]

Porque para nuestros pensadores del Siglo de Oro era imprescindible y no mera demagogia la virtud de la justicia: (…) tiene la justicia razón de virtud [6].

 La justicia es una virtud que ordena al que la tiene a otro; pero las demás le ordenan a él a sí mismo.[7]Al decir que la justicia es toda virtud, muestra este sentido, que cualquier virtud, imperada por la justicia legal, es en cierto modo, justicia legal[8].  Mas cada una de las virtudes por su propio instinto llaman al hombre a obrar virtuosamente, no sólo por fines particulares, sino también por el bien común y para obedecer a las leyes; luego, vana es otra virtud especial, a la cual se atribuya este oficio[9]. Toda virtud perfecciona al que la tiene, para que obre perpetuamente, cuándo, dónde y cómo sea necesario; pero frecuentemente ocurre que se ha de obrar por el bien común y para obedecer a la ley; luego entonces cualquier virtud, si es virtud, podrá hacer esto por sí misma.[10]

Al hilo de esas reflexiones es fácil advertir que también hoy como ayer los requerimientos morales desde el interior de las conciencias crean incentivos o desincentivos en un amplio abanico de direcciones induciendo o moderando a las gentes a comportarse de distintas maneras según las circunstancias   en su quehacer humano y, por lo tanto, en el económico. Por eso es  muy importante para la vitalidad económica de un país o de cualquier empresa o institución el diseño de un sistema normativo acorde con esos principios generales de ley natural que todos entienden, y que al estar  basado en la libertad responsable como piedra angular responderá mejor a los deseos y objetivos de los ciudadanos armonizando conductas que se entrelazarán entre sí. En este sentido nos dirá de nuevo Dalmacio Negro:

 No hay verdadera Política sin virtudes[11], que en su proyección pública son exigibles como deberes. Pues, cuando el gobierno no expresa o representa la comunidad moral de los ciudadanos, sino sólo una serie de arreglos institucionales para imponer una unidad burocrática a una sociedad sin auténtico consenso ético, se torna incierta la naturaleza de la obligación política.[12]

 El pensamiento antiguo era inelectualista. Los estoicos interpretaban el derecho natural en sentido ideal, como ordenamiento jurídico de una cosmópolis o ciudad universal imaginaria, habitada exlusivamente por sabios virtuosos, conforme a la idea socrática y platónica de que la virtud depende del conocimiento. Pero, con el cristianismo, fortalecido por la fe, a la que corresponde ahora la auctoritas, la idea de virtud natural (hábito), se consideró aplicable a todos los humanos el Derecho universal fundado directamente en la naturaleza, al que se puede apelar como verdadero Derecho, en cuanto expresa el verdadero orden del mundo, incluso para resistir al poder injusto o ilegítimo aunque sea legal.[13]

Y Tomás de Mercado, citando también a Ulpiano nos habla de esa capacidad de la justicia de entrelazar objetivos generando confianza y paz en la ciudad:

De aquí es, que como el hombre ama entrañablemente, estar en congregación política: así la justicia que ordena, y conserva esta política, es y ha de ser una constante y firme voluntad, de dar a cada uno lo que le pertenece[14]. Desta manera a nadie agraviará y con todos podrá quietamente vivir.[15]

 Ulpiano en el Digesto, diciendo. Tres son los preceptos o partes del derecho. El primero vivir honestamente. El segundo, no agraviar a nadie. El tercero, dar lo suyo a su dueño. Y nosotros los podemos en menos palabras resolver (conviene a saber) los preceptos del derecho son, ser el hombre en sí justo, y a nadie injusto. Para lo primero sirve la prudencia, templanza, y fortaleza. Para lo segundo la justicia con sus virtudes anejas, y consiguientes[16].

 Y de nuevo Hayek destacando la importancia de dominar los instintos[17] mediante las tradiciones de la moral personal:

El conflicto planteado entre nuestros instintos (aquellos sobre los que, desde Rousseau, se ha intentado basar la “moral”) y las tradiciones morales que han sobrevivido a la evolución cultural y sirven para mantener dentro de ciertos límites aquellos instintos se recrudece hoy sobre la base del desprecio sentido por ciertas escuelas de pensamiento político y moral por los avances del pensamiento económico. [18]

 Esas tradiciones morales que señala Hayek no debían estar muy alejadas de los hábitos positivos y negativos que por ejemplo nos dice también Soto:

Si consideramos la dignidad y excelencia del hombre, entenderemos cuán torpe es ser uno lascivo, o vivir blanda, regalada, y delicadamente, y cuán honesto guardar continencia y moderación. Y en fin no hay vicio, que en particular no abominen, ni virtud que no encomienden y ensalcen. Porque la razón  natural (que estudiaban, y seguían) reprueba las primeras, e instiga a las segundas[19].

En el entramado armónico de las virtudes morales donde la justicia lo llena todo, unas remiten a otras y estas a aquellas construyendo dinámicamente la excelencia en el obrar. Porque efectivamente, lo que nos enseñan desde la atalaya del siglo de Oro es que, en el actuar idóneo cotidiano, todas las actitudes están entrelazadas y la excelencia en una de ellas requiere sintonía con las demás[20]. La disposición habitual de dar a cada uno lo que le pertenece, por ejemplo, requiere a su vez firmeza, fortaleza, temple, autodominio y perseverancia. Para vivir con cierta austeridad se requiere también exigir lo justo en cada caso, la fortaleza para moderar la tendencia a exagerar la propia excelencia,… etc. Todas están concatenadas y ordenadas por el sentido común prudente que es un hábito intelectual que nos indica la medida idónea en cada caso concreto. Es la armonía del justo medio en el obrar ya que la misma realidad se encuentra en un cierto medio proporcional de sensatez que no implica linealidad, simpleza o funcionalidad sino riqueza variable o ficción imaginativa real donde no cabe ni la alegría histriónica ni la tristeza depresiva o la desesperación fatal. La inteligencia práctica nos marca el punto adecuado para no caer ni en la brusquedad ni en la adulación al tratar a una persona determinada en unas precisas  circunstancias; o nos indica lo justo para que la fortaleza no pase a ser terquedad e intransigencia cerril, o para que la justicia no degenere en manía exagerada por el cumplimiento de detalles sin importancia,… etc. La prudencia inteligente y no miedosa ni asustadiza es ayudada por la memoria para sacar experiencia del pasado, por el arte de saber aconsejarse o por la rapidez para aplicar al obrar el conocimiento adquirido.[21]

Nuestros salmantinos, en este sentido, varias veces hacen referencia al símil   –tan propio del Renacimiento- del cuerpo humano y a la armonía entrelazada, conveniente e imprescindible de sus miembros en beneficio de la unidad y de todos y cada uno de ellos:

las acciones, como dice el Filósofo, es el libro segundo de Anima, no convienen a la naturaleza, a las partes, sino solamente al supuesto; pues la humanidad, dice, no hila, ni tampoco los dedos o las manos, sino la mujer; ni la mano hiere propiamente por la injuria o paga la deuda por la justicia, sino el hombre, a no ser tal vez por semejanza o como instrumentos unidos. Por consiguiente, sucede, que la justicia ejerce su oficio no sólo  entre dos cosas cualesquiera distintas, sino entre dos supuestos.

 Nada impide que exista justicia metafóricamente dicha entre las partes del mismo supuesto.

 Y esta conclusión añade en el mismo lugar el Filósofo. Y hay ejemplo manifiesto entre las dos partes del hombre. Pues primero, hay justicia entre los  miembros, a saber, cuando los ojos guían con su luz a los pies y a su vez los pies con su andar los llevan a ellos. Además, la parte sensitiva, es decir, la irascible y la concupiscible, mientras obedecen con obsequio despótico a la razón, dícese que guardan la justicia, y, cuando se rebelan, que perturban la justicia[22].

Como todos los miembros activos de una sociedad tienen que practicar cotidianamente esa virtud de dar a cada uno lo suyo en sus relaciones profesionales, la justicia precisa convertirse en hábito continuado:

La voluntad inclínase muchas veces hacia el apetito, y sin dificultad no puede seguir a la razón; luego necesita de hábito que la induzca hacia la razón. El entendimiento inclínase de suyo a la verdad, y, sin embargo, necesita de los hábitos de las ciencias[23].

 Y también:

La justicia, como se dijo, dice orden a otro, y ordenar es obra de la razón.

La justicia está en la voluntad como en sujeto.

 Esta conclusión la insinúa  Aristóteles (5 Ethic.), donde dice que la justicia es hábito por el cual los hombres hacen cosas justas y quieren lo justo. Y el jurisconsulto, como dijimos, cuando dice que la justicia es voluntad, designó el hábito por el propio sujeto.[24]

Es curioso y significativo cómo Hayek, en ese ir al detalle, capta la importancia de esos hábitos cotidianos y que siempre merecen el esfuerzo personal            –incluso en aspectos sencillos como el vestir o la forma cortés de hablar- para las relaciones de intercambio humano:

 De entre todos estos aspectos e instituciones relativos al intercambio humano se pasan por alto, a veces, los modales; sin embargo, estos hábitos adquiridos —modos de dirigirse unos a otros, estilos de vestir, los límites de lo privado y por tanto de la propiedad— quizás sean los más importantes a la hora de permitir que la gente viva y trabaje junta. Hayek ofrece un ejemplo perfecto de esto cuando explica por qué se sentía tan a gusto en Inglaterra: «El modo de interrumpir una conversación, por ejemplo. No se dice: ‘Lo siento, pero tengo prisa’, sino que se distrae uno un poco dando a entender que se está pendiente de alguna otra cosa; no hay necesidad de palabras» (véase p. 98). Los modales son inseparables del lenguaje —los gestos, el tono de voz— e imperceptiblemente se confunden con la moral, que a su vez se entremezcla de modo bien visible con la ley[25].

 Lo que se nos dice por uno y por los otros es que a medida que transcurre nuestro itinerario vital, se van incorporando -mediante la costumbre- hábitos, reglas y principios que acaban asentándose firmemente convirtiéndose en patrones de conducta casi inconscientes que actúan de forma casi automática ante los distintos estímulos y las diferentes situaciones. No se razona metódicamente ante cada posible decisión y ante la necesidad de elegir una u otra alternativa haciendo un cálculo matemático y utilitarista de coste-beneficio, sino que muchas veces el actor desconoce el significado último de aquellas pautas de conducta que habitualmente sigue, pero actúa casi automáticamente siguiendo sus recomendaciones porque ha experimentado con anterioridad o ha reflexionado en otros momentos concluyendo entonces que aquellas conductas adquiridas aumentan la capacidad de acierto y éxito[26].

Bien se puede aplicar aquí con carácter general lo que Balmes explicaba en concreto para conseguir la flexibilidad e intensidad en el estudio educando la atención:

(…)  importa sobremanera esforzarse en adquirir esa flexibilidad de atención que puede muy bien aliarse con su intensidad. En esto, como en todas las cosas, puede mucho el trabajo, la repetición de actos, que llegan a engendrar un hábito que no se pierde en toda la vida. Acostumbrándose a pensar sobre cuantos objetos se ofrezcan y a dar constantemente al espíritu una dirección seria, se consigue lentamente y sin esfuerzo la conveniente disposición de ánimo, ya sea para fijarse largas horas sobre un punto, ya para hacer suavemente la transición de unas ocupaciones a otras. Cuando no se posee esta flexibilidad el espíritu se fatiga y enerva con la concentración excesiva o se desvanece con cualquier distracción; lo primero, a más de ser nocivo a la salud, tampoco suele servir mucho para progresar en la ciencia, y lo segundo inutiliza el entendimiento para los estudios serios. El espíritu, como el cuerpo, ha de menester un buen régimen, y en este régimen hay una condición indispensable: la templanza.[27]

Esas cualidades estables casi inconscientes que dotan de regularidad y estabilidad nuestro actuar son esos hábitos operativos que explicaban nuestros filósofos morales y que pueden ser buenos (virtudes) o malos (vicios)[28]. Así por ejemplo, cuando se dice que un hombre es leal queremos significar que en ese hombre hay una cualidad estable que le permite realizar con prontitud, sin gran esfuerzo y sin apenas deliberación, actos de lealtad. También referido a la fidelidad y lealtad de los trabajadores en el ejercicio de sus tareas nos dirá Mercado:

También, pues he injerido el trato de aquellas partes, será bueno advertirles con toda brevedad, de algunos abusos ilícitos en conciencia, que con toda su injusticia, no los advierten por la costumbre antigua que ellos tienen. Lo primero, la ropa que reciben en su poder es siempre ajena, o de su compañía, o de encomienda, y pues toda, o la mayor parte, es de otros, deben ser fieles factores, vendiendo a las mejores ditas, y por los más justos precios que pudieren, y no ser francos, y liberales de hacienda ajena fiando a las veces a ditas no muy saneadas, de quien probablemente se sospecha que faltarán o serán tramposos, por ser sus amigos. Y aun si a Dios place, les bajan por su amistad, cinco y seis por ciento, a costa del pobre mercader, que está aguardando en gradas su retorno la soga a la garganta. Todos estos son cargos de restitución, que se echan a cuestas, y lo tienen ya algunos tan de uso, que no lo sienten, y ellos buscan confesores, que tengan menos sentido. Así va todo a río vuelto. Deben entender, que pues llevan su interés, o de compañía, o de encomienda, están obligados a ser fielísimos, y a sanear la dita, y ropa todo lo posible. Y también cumplidos los plazos, no ser remisos en cobrar, ni menos disimular por ser sus amigos, especialmente, cuando insta la flota, donde puede ser proveído su dueño.[29]

La adhesión firme a lo  pactado, a pesar de la prueba del tiempo y de los obstáculos interiores o exteriores que inclinan a cambiar de propósito, elimina importantes costes subjetivos de transacción[30] y amplía la libertad para centrar la atención del pensamiento en otros trabajos creadores a su vez de valor económico. Todo ello conlleva la tarea continua de ir adquiriendo aquellos hábitos que se consideran adecuados con la repetición de actos en esa dirección.

Y para actuar rectamente alcanzando esos hábitos positivos no basta con conocer el camino idóneo sino que se necesita educar y dominar la voluntad para que esté pronta al bien hacer en cada circunstancia: Siendo la obra propia de la voluntad, hacer recta elección acerca del fin, como enseña Aristóteles (2 Ethic., cap.4), debe asentarse en aquella potencia de la cual es propio elegir: y esta es la voluntad, de la cual parte la alabanza y vituperio de la obra; luego ella es asiento de todas las virtudes.[31]

También en este sentido Soto insiste en otro lugar:

La virtud moral está en el sujeto que es racional por participación; más, esto no sólo conviene a la parte irascible y a la concupiscible, en las cuales están la fortaleza y la templanza, sino también a la voluntad, en cuanto obedece a la razón, a lo cual inclina la justicia en orden a otro, del modo expuesto; aun cuando la voluntad participe más de la razón, porque se le une más próximamente[32].

 Y así mismo:

Siendo la voluntad el apetito más propio del hombre, y siendo el apetito de cualquier cosa de suyo propenso al bien de la misma cosa, si no es impedido por otro lado; y como obrar rectamente según fortaleza y según templanza sea bien propio del mismo hombre, no necesita para esto ningún hábito de virtud, sino que, siendo la virtud acerca de lo difícil, es necesaria a aquella potencia, de la que nacen las perturbaciones del alma que se oponen a la elección de la virtud; las cuales perturbaciones no basta a contener  por sí la misma potencia; pues para esto necesita de hábito que la ayude. Y también la concupiscible para reprimir los placeres, apaciguados los cuales afectos, la voluntad hace elección recta.[33]

 Ese esfuerzo generalizado de adquirir y practicar hábitos positivos crea un clima de confianza y seguridad en la sociedad. La coacción se puede reducir a la mínima expresión sólo cuando los individuos se conforman voluntariamente  a esos  principios naturales. Téngase en cuenta, además, que el nivel de inversión en una sociedad depende de muchos factores tales como los costes, el nivel de capacidad utilizada, la presión fiscal y burocrática, el grado de competitividad con el exterior, … etc. Pero de nuestros autores también se puede fácilmente concluir que el factor más importante, ante el que los demás pasan a un segundo plano, es algo tan inexpresable y cuantificable como son las expectativas de los empresarios sobre las perspectivas de crecimiento de esta o aquella economía. Y el aspecto clave para estimar la pujanza de ese crecimiento es el asentamiento creíble de  un «climax» institucional de confianza claro y estable, y sin trabas que puedan sofocar el espíritu emprendedor. Y se es consciente que  la libertad nunca fructifica sin la existencia de profundos principios morales[34] que se despliegan en multitud de hábitos prácticos en el quehacer cotidiano. Y esos frutos son especialmente patentes en el ámbito del progreso económico y en el acrecentamiento del proceso civilizador espontáneo integral.

 Y así, citando también a Balmes, al final de su libro, Rodríguez Casado nos dirá:

 El verdadero progreso de la sociedad se obtiene, no por el choque, pretendido por la revolución socialista y mal logrado por la utilitarista, sino por la evolución con un norte bien claro: la combinación y generalización de la inteligencia, la moralidad y el bienestar. El objetivo social puede formularse así: “Habrá el máximum de civilización, cuando coexistan y se combinen en el más alto grado la mayor inteligencia posible en el mayor número posible, la mayor moralidad posible en el mayor número posible, el mayor bienestar posible en el mayor número posible”.[35]

Posible en ese tiempo y en ese lugar -habría que añadir-, en esas circunstancias tan variadas y tan singulares siempre.

Y ya de nuevo Hayek, cambiando la oración por pasiva y planteando los perniciosos efectos de las actitudes inmorales que provocarían el colapso:

 Dicha ciencia (se refiere a la ciencia económica) intenta meramente destacar que a través de sus leyes se puede, en general, evidenciar las ventajas aportadas por prácticas antaño consideradas “buenas” y que deberán recibir una positiva valoración por parte de cualquier filosofía que considere moralmente indeseable que sobre la humanidad caiga ese cúmulo de sufrimientos y muertes que implicaría el colapso de la civilización. [36]

 [1]   Tomás de Mercado, Suma de Tratos y Contratos .Madrid, Editora Nacional. 1975, [96], pp. 131-132.
[2]   Tomás de Mercado, Ibid., [108], p. 138. En este mismo apartado dice justo antes: Hinchase mi boca, dice el Soberano Rey David, de tus divinas alabanzas. Exclama sobre esto el glorioso doctor, oigan esto los mercaderes cuya codicia es tan desordenada que si alguna pérdida les sucede, o por mar o por tierra: dicen muchas veces palabras, aun blasfemas. Como alaba a Dios en su boca, quien por despachar, y vender su ropa, no solo miente, sino confirma aun con juramento su mentira, cuya vida es tal, que siendo cristianos, dan ocasión a que blasfemen el nombre del Señor los gentiles e infieles. Porque como escarneciendo de la ley evangélica y su perfección se dicen los gentiles unos a otros: mirad las costumbres destos católicos. Así que enmiéndense y corríjanse los cristianos, y no sean mercaderes. Mas dirasme que provees la republica de muchos bastimentos, en que si algo ganas vendiendo mas caro que compraste: es como estipendio y salario de lo trabajo, según esta escrito en el evangelio, digno es el obrero de su jornal.
 [3]   Tomás de Mercado,  Suma de  Tratos y Contratos .Madrid, Editora Nacional. 1975, [114] p. 143.
 [4]   Séneca. Sobre la felicidad, Epistolas Morales a Lucilio I (libros I-X, Epistolas 1-80), Traducción y notas de Ismael Roca Meliá, Madrid, Editorial Gredos, 1984. p 103.
 [5]   Domingo  de Soto, Tratado de la justicia y el derecho, T. II, Madrid, Editorial Reus, 1922,  p. 226.
[6]   Del derecho, que es objeto de la justicia, tiene la justicia razón de virtud, y la ley razón de regla. Domingo de Soto, Ibid, T. II, p. 196.
[7]   Y sigue diciendo aquí Soto: Por ejemplo. La templanza versa acerca del recto uso de lo deleitable al tacto; y así pone modo entre dos afecciones del mismo templado, a saber: que no sobrepase la razón en el uso de los manjares y de las funciones venéreas, y que  no tome más que lo que pide la sustentación de la vida. Y del mismo modo, la fortaleza pone modo entre el temor y la audacia. Soto, Ibid.  T. II. pp. 188-189
[8]   Domingo de Soto, Ibid, T. II, pp. 238-239.
[9]   Domingo de Soto, Ibid. T. II, p. 241.
[10]   Soto, Ibid. T. II p. 241 Y también: Y de este lugar emerge contra éstos manifiesta razón. Pues sucede que alguno está bien dotado de virtud para obrar por un fin particular, mas no por el común, y viceversa; más, donde hay diversas dificultades de obrar, son necesarias diversas virtudes; luego la justicia legal es distinta de la particular. Domingo de Soto, Ibid. T. II, p. 242.
 [11]   Los príncipes, que claramente conocen la verdadera felicidad, a ella deben enderezar todas las leyes. Dice Aristóteles (Ethicor. 9): Las leyes justas son causa productora de la felicidad. Y no pueden los ciudadanos conservar decoroso el estado de la república con las acciones externas, si no están robustecidas con los hábitos internos de las virtudes. Domingo de Soto, Tratado de la Justicia y el Derecho. Madrid, Editorial Reus, S.A., 1922. Tomo I, p. 48.
[12]   Dalmacio Negro, La tradición Liberal y el Estado, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1995, pp. 275-276
 [13]    Dalmacio Negro, Ibid. p 61.
[14]   Ya Tomás de Aquino había explicado claramente que hay dos especies de justicia. La una consiste en dar y recibir recíprocamente, cual se verifica en la compra y venta y demás contratos o transacciones de esta naturaleza: esta, que es la llamada por ARISTÓTELES Eth. l. 5,c. 4 conmutativa o directiva de los cambios o negociaciones, (…) La otra consiste en distribuir, por cuya razón se llama distributiva, según la cual un rector o administrador da a cada uno conforme a su dignidad. Suma Theológica,  I, q. 21 a. 1 co.
[15]   Tomás de Mercado, Suma de  Tratos y Contratos. Madrid, Editora Nacional, 1975, [56], p. 111.
[16]   Tomás de Mercado, Ibid., [56], p. 111.
[17]  ¿Cómo puede la religión contribuir a preservar las costumbres benéficas? Aquellas costumbres cuyos beneficiosos efectos escapaban a la percepción de quienes las practicaban sólo pudieron conservarse durante el tiempo suficiente para demostrar su positiva labor selectiva en la medida en que pudieron contar con el respaldo de fuertes creencias en poderes sobrenaturales o mágicos que contribuyeron eficazmente a desarrollar esta función. Cuando el orden de la interacción humana se hizo más extenso, cercenando de este modo las exigencias de los instintos, dicho orden pudo mantenerse durante algún tiempo debido a su completa y continua dependencia de ciertas creencias religiosas, falsas razones que influyeron sobre los hombres para que éstos realizaran lo que exigía el mantenimiento de una estructura capaz de alimentar a una población más numerosa.
 Ahora bien, así como la creación del orden extenso no fue fruto de previa intencionalidad, así tampoco existe razón alguna para suponer que el apoyo derivado de la religión haya sido deliberadamente fomentado, o que hay existido a este respecto una especie de “conspiración”. Es ingenuo suponer            –especialmente si tenemos presente cuanto hemos dicho sobre la imposibilidad de prever los efectos de nuestros esquemas morales- que unas élites ilustradas calcularan fríamente los efectos de los distintos sistemas morales, eligieran entre ellos el más adecuado y trataran de persuadir a las masas, recurriendo para ello a la “noble mentira” platónica, y, bajo los efectos de una especie de “opio del pueblo”, doblegarla a los calculados intereses de sus propias reglas.[17]  F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia. Los errores del Socialismo,  Obras Completas, vol. I., Madrid, Unión Editorial, S.A., 1990, p. 215.
[18]   F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia. Los errores del socialismo,  Obras Completas, vol. I. Madrid. Unión Editorial, S.A. Madrid, 1990, p. 144.
[19]    Tomás de Mercado, Suma de  Tratos y Contratos .Madrid, Editora Nacional, 1975.  [36], p. 101.
[20]    Huerta de Soto nos dice también -en clara sintonía con lo que venimos diciendo en este capítulo-  en un apartado titulado Los principios de la moral personal y la eficiencia dinámica:
Hasta ahora nos hemos referido a los principios más importantes de la ética social que constituyen el marco que hace posible la eficiencia dinámica. Fuera de este marco se encuentran los principios de la moral personal más íntima cuya influencia sobre la eficiencia dinámica hasta ahora ha sido raramente estudiada y que, en todo caso, se considera que forman parte de un ámbito distinto y separado del que constituyen los principios de la ética social. Sin embargo, no creemos que esta separación esté, en forma alguna, justificada. De hecho, existen una serie de principios éticos y morales de gran importancia cara a la eficiencia dinámica de los procesos sociales en relación con los cuales se da la siguiente paradójica situación: su falta de cumplimiento a nivel individual tiene un altísimo coste en términos de eficiencia dinámica pero, por otro lado, tratar de imponerlos utilizando la fuerza coactiva de los poderes públicos, genera también graves ineficiencias desde el punto de vista dinámico
[21]   Cfr. Jose Juan Franch. La fuerza económica de la libertad, Madrid, Unión Editorial, 1998, Capítulo IX: Ética en la liberad de los mercados, pp. 289-327
 [22]    Domingo  de Soto, Tratado de la justicia y el derecho, T. II, Madrid, Editorial Reus,  S.A. 1922,   pp. 223-224.
 [23]   Domingo  de Soto, Ibid, T. II, p. 233.
[24]   Domingo de Soto, Ibid., T. II, p.23.
 [25]    Hayek sobre Hayek. Un diálogo autobiográfico, Obras Completas, V.I, Madrid, Unión Editorial, 1997,  p. 27.
[26]   La inobservancia individual de los principios morales siempre, por una u otra vía, termina generando altísimos costes en términos humanos que afectan no sólo personalmente al incumplidor, sino también a un grupo numeroso de terceras personas, relacionadas directa o indirectamente con él, pudiendo incluso llegar a bloquear en gran medida la propia eficiencia dinámica de todo el sistema social. Mucho más grave es la generalización de los comportamientos inmorales a través de procesos sistemáticos de corrupción moral que pueden llegar a paralizar completamente el proceso social sano y eficiente. El estudio, por tanto, en la perspectiva de la teoría económica de la eficiencia dinámica, del papel que cumplen los principios de la moral personal y las diferentes instituciones sociales que a nivel social hacen posible e impulsan su cumplimiento y mantenimiento, abre un importantísimo campo de investigación para los estudiosos que esperamos tenga una importancia determinante en el futuro. Huerta de Soto, Los principios de la moral personal y la eficiencia dinámica, www.jesushuertadesoto.com
 [27]   Balmes. El Criterio, 14ª edición, nº17, Madrid, Espasa-Calpe, 1983. p 23.
[28]   Ninguna empresa que use la mentira como norma puede sobrevivir. Ningún empresario que engañe a sus proveedores puede durar. Ningún individuo que entre en el mercado con la intención de no cumplir el contrato permanecerá en aquél mucho tiempo. Y el tiempo, que es un inseparable compañero de la verdad, así lo atestigua.
 En un sistema de libre empresa la mentira se suele pagar muy cara a largo plazo. No sólo porque la ley castiga el fraude o el incumplimiento del contrato, sino porque la verdad es parte del entramado ético que se teje a diario en la vida del sistema.
 Sin embargo, muchas personas sospechan que el mundo de los negocios es un fraude permanente. Pocos llegan a percibir que si los productos no cumplen con lo que ofrecen o la publicidad es engañosa o la calidad es inferior a la prometida o la medida se cuartea, la empresa está cavando, infaliblemente, su propia fosa. Francisco Pérez de Antón, La libre empresa. Una introducción a sus fundamentos morales, jurídicos y económicos. Madrid, Unión Editorial, S.A. 2004, p. 47
 [29]    Tomás de Mercado, Suma de Tratos y Contratos .Madrid, Editora Nacional. 1975, [349], p. 260.
[30]   El cumplir lo pactado genera confianza  y estabilidad al sistema y reduce los costes de transacción, asunto sobre el que Ronald Coase trató como pionero: He sugerido que los economistas necesitan adoptar un nuevo planteamiento al considerar la política económica. Pero ese cambio no es suficiente. Sin ningún conocimiento sobre lo que se obtendría con arreglos institucionales alternativos es imposible elegir inteligentemente entre los mismos. Lo que necesitamos es, por lo tanto, un sistema teórico capaz de analizar los efectos de las modificaciones en dichos arreglos. Para hacerlo no es imprescindible abandonar la teoría económica estándar, pero hay que incorporar los costes de transacción al análisis; dado que mucho de lo que sucede en el sistema económico está diseñado para reducirlos o para hacer posible aquello que su existencia impide. El no incluir estos empobrece la teoría. Coase, R. H., La Empresa,  El Mercado y la Ley, T.O. ( The Firm, the Market and the Law), Madrid, Alianza Editorial, 1994, p. 31.
 [31]   Domingo  de Soto, Tratado de la justicia y el derecho, T. II, Madrid, Editorial Reus, 1922, p. 231.
 [32]   Domingo de Soto, Ibid, T. II, p. 234.
[33]   Domingo de Soto, Ibid. T. II, p. 232.
 [34]   Las anteriores consideraciones evidencian la importancia de que se desarrollen procedimientos alternativos y no coactivos de control social que permitan el conocimiento, internalización y cumplimiento de las normas más íntimas de la moral personal. Entre ellos los sentimientos y principios religiosos, a su vez también adquiridos desde la primera edad en el ámbito familiar, cumplen un papel esencial (junto con la propia presión social de los otros miembros de la comunidad y la familia). Estos principios religiosos orientan la acción de los seres humanos, los ayudan a controlar sus impulsos más atávicos y, en suma, sirven también de guía que ayuda a decidir a la hora de seleccionar aquellas personas con las cuales decidamos tener una relación más íntima e, incluso, pasar juntos el resto de nuestra vida constituyendo una familia. Personas que, a igualdad de circunstancias, habrán de ser tanto más valoradas conforme sus principios morales parezcan ser más robustos y duraderos. Huerta de Soto. La moral personal y la eficiencia dinámica. www.jesushuertadesoto.com
 [35]   Vicente Rodríguez Casado, Orígenes del Capitalismo y del Socialismo contemporáneo, Madrid, Espasa-Calpe, S.A., 1981, p. 493.
[36]    F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia. Los errores del socialismo,  Obras Completas, vol. I,  Madrid, Unión Editorial, S.A., 1990, p. 144.

JUSTICIA Y ECONOMÍA

CAPÍTULO  VI

 LA  EXIGENCIA  CONTINUA  DE  LA  MORAL  PERSONAL  EN  LA ECONOMÍA  LIBRE  DE  MERCADO.