La teoría del ciclo hayekiana. – Apartado 6 – Capítulo VI – Justicia y Economía

 

JUSTICIA Y ECONOMÍA

 

 

CAPÍTULO  VI

 LA  EXIGENCIA  CONTINUA  DE  LA  MORAL  PERSONAL  EN  LA ECONOMÍA  LIBRE  DE  MERCADO.

 

Apartado 6

La teoría del ciclo hayekiana.

 

Para enmarcar este importante apartado son significativas las siguientes afirmaciones de Hayek:

los perjuicios derivados de la desconfianza hacia lo misterioso alcanzan sus más altas cotas cuando se abordan las más abstractas instituciones de una civilización desarrollada en las que hoy se basa la actividad comercial. Se trata de un conjunto de comportamientos que se distinguen por su carácter general, remoto, sutil e indirecto, y que, aun cuando resultan de todo punto imprescindibles para la buena marcha del orden extenso, han comportado siempre una inveterada tendencia a ocultar sus métodos operativos. Nos referimos al mundo del dinero y restantes instituciones financieras.(…) El mundo del dinero y del crédito (junto con el lenguaje y la moral) es uno de los órdenes espontáneos que más se resisten al análisis investigador.[1]

Resalta así Hayek  la especial dificultad, abstracción y complejidad que se concentran en el mundo del dinero y en  el campo financiero. Sin embargo, él fue capaz de explicarlo y hacerlo accesible a una gran mayoría a pesar de su complejidad. Y lo que es más importante, formuló un diagnóstico novedoso y dinámico de la teoría de los ciclos que es y será de una actualidad sorprendente en nuestro siglo XXI. Algunas de sus propuestas tienen un cierto sustento en las apreciaciones de los maestros del siglo XVI español.

 En ese sentido y respecto a la teoría del ciclo hayekiana son lúcidas -tanto respecto al pasado como al porvenir- esas palabras de Jesús Huerta de Soto en la nota introductoria a la edición española del Volumen IX de la Obras Completas de Hayek:

Han sido precisos casi cuarenta años para que las doctrinas keynesianas perdieran su dominio en el mundo académico, especialmente como resultado de la grave recesión inflacionaria (“stagflación”) que se produjo tras la llamada “crisis del petróleo” de los años setenta, y que puso de manifiesto que las prescripciones keynesianas no servían, como se creía, para evitar las depresiones económicas, sino que más bien, como indicaba Hayek, las causaban. La concesión del Premio Nobel de Economía a Hayek en 1974, precisamente por sus aportaciones en contra de Keynes en el campo de la teoría de los ciclos económicos, no ha sido suficiente, sin embargo, para que el análisis austríaco del capital, del dinero, del crédito y de las recesiones económicas vuelva a ser retomado como punto focal de estudio, investigación y enseñanza por parte de la generalidad de los economistas. Esperamos que de cara al comienzo del siglo que ya tan próximo está, y por el propio bien y prestigio de nuestra profesión en el futuro, este incomprensible “gap” en la evolución del pensamiento económico sea cubierto cuanto antes.

Ya se ha comentado en el apartado 4 de este capítulo que aquella moderación y fortaleza activa en la inversión empresarial aconsejada por nuestros filósofos morales era muy adecuada para el fomento del ahorro que a su vez ayudaba a controlar y hacer descender la inflación creando una atmósfera de crecimiento estable volcada hacia el futuro. Se señaló también que entre las causas de la inflación, además de la inflación fiscal, la de costes y la importada, tenía una relevancia especial en nuestros días y en relación con la teoría de los ciclos de Hayek la que podemos llamar inflación de la inversión.

 En su obra Prices and Production, de 1931, Hayek analiza las consecuencias de las variaciones relativas de los precios de los bienes de capital respecto a los bienes de consumo para explicar la desorganización de la estructura de la producción que provoca el proceso de “ahorro forzoso” ocasionado por la expansión del crédito a los empresarios. Muchos años después (años sesenta y setenta) insistiría de nuevo en esa línea, atribuyendo a la inflación de aquellos años no sólo la desorganización de la estructura capitalista de la producción, sino efectos más amplios derivados de las nuevas formas que había ido tomando la inyección de las expansiones del crédito en las economías de mercado.[2]

Puesto que tal y como ya plantearon los escolásticos con los primeros esbozos de la teoría cuantitativa, la inflación es un fenómeno monetario (cantidad de dinero que circula en el sistema), el papel de las entidades financieras es decisivo y relevante respecto al control de la inflación en general pero más especialmente en la que denominamos inflación de la inversión. Este tipo de inflación, efectivamente, está  ligada directamente a la política crediticia de bancos y cajas y es aquella en la que una hipertensión de las fuerzas privadas de la economía -alentadas por la facilidad y relajación en la concesión de créditos[3]– acaba provocando un sobreaumento de las inversiones muy por encima del ritmo más pausado y aconsejable del ahorro voluntario. Hipertensión de fuerzas privadas que se entrelazan y concatenan entre sí:

 Lo más importante de todo es que el cambio en las rentas y en los precios dependerá de la medida en que el precio de un factor o servicio en concreto sea afectado –directa o indirectamente- por el cambio en la demanda que inició el proceso y no de si esto sucede dentro o fuera de la misma “área monetaria”. Lo veremos con más claridad si describimos la serie de cambios sucesivos en las rentas monetarias que se deducen del desplazamiento inicial de la demanda como si se tratara de una serie de cadenas singulares, dejando a un lado, por el momento, la serie de ramificaciones que tendrán lugar en cada uno de los eslabones de ella. Una cadena de sucesos de esta clase puede afectar muy pronto a uno y otro a través de una gran cantidad de eslabones internos y el que un individuo en concreto resulte afectado dependerá de si se encuentra en alguno de esos eslabones; es decir, de si está mas o menos al servicio inmediato de aquellos que se han visto afectados en primer lugar y no simplemente de si se encuentran o no en el mismo país.[4]

En un sistema de libre mercado los cambios en las condiciones subyacentes de la oferta y la demanda comportan ajustes en los precios relativos como ya se vió con anterioridad. Estos ajustes sólo cesarían en el hipotético caso               –prácticamente imposible de alcanzar en la realidad-  de que las ofertas y demandas se equilibraran en todos y cada uno de los mercados. Pues bien, uno de esos mercados, especialmente relevante puesto que su influencia se deja sentir sobre todo el conjunto, es el de los fondos prestables, donde se encuentran los intereses de prestamistas y demandantes de fondos. Para analizarlo se suele hablar del tipo de interés natural que es el tipo al que se igualan ahorro e inversión. La causa principal de los problemas económicos y monetarios modernos se encuentra en esos desajustes temporales entre ahorro e inversión ya que, puesto que los ahorradores e inversores son gente diferente y con motivaciones diferentes, el ahorro y la inversión no tienen por qué coincidir:

Pone de manifiesto hasta qué punto son superficiales y desorientadores los argumentos que se hacen en términos de precios y rentas de cada país a un nivel agregado, como si fuera necesario que ante un cambio de esa clase se movieran todos al unísono y en la misma dirección. Serán los precios y las rentas de individuos particulares y de empresas particulares los que se verán afectados y estos efectos no serán distintos de los que se producen a consecuencia de cambios en las condiciones de la demanda entre diferentes industrias o entre distintas localidades.[5]

Además, en la explicación y comprensión del proceso hay que olvidarse de planteamientos estáticos que son irreales y considerarlo dinámicamente inmerso en el tiempo, porque es en el tiempo donde esos millones de inversores y ahorradores toman sus decisiones.

 Tan pronto como estos supuestos, tan supersimplificados y tan alejados de la realidad, se sustituyen por otros más cercanos a los hechos, nos damos cuenta de que es tal el grado de violencia ejercido sobre la realidad de las cosas al hacer abstracción del elemento tiempo, que cabe poner en duda seriamente la utilidad de los resultados alcanzados mediante este procedimiento de análisis. Desde el momento en que el análisis económico deja de ocuparse de unos precios que se supone están determinados de manera simultánea, como sucede con las proposiciones elementales de la teoría económica pura y procedemos a considerar el caso de una economía monetaria en la que los precios necesariamente se establecen y forman en momentos sucesivos del tiempo, hacen aparición una serie de problemas cuya solución no cabe ir a buscar en lo que constituye hoy el cuerpo central de la teoría.[6]

Frente al tipo de interés natural existe otro tipo de interés, el tipo de interés del mercado, el cual depende de las actividades crediticias de las entidades financieras[7] y puede diferir del tipo natural. El tipo de mercado caerá por debajo del natural al aumentar los bancos su crédito. Si esto ocurre se incrementará el gasto de las empresas en nuevos proyectos de inversión lo que dará lugar a que el gasto de inversión sea superior al ahorro apareciendo beneficios inesperados, se puede hablar entonces de inflación de beneficios. Las empresas en ese contexto compiten entre sí por expandir la producción y esto da lugar a un incremento de los precios de los factores entre los que cabe resaltar los energéticos y el de los salarios. Se producirá entonces una inflación de ingresos a la que también se añade el efecto riqueza. El resultado final es que un incremento en la oferta de dinero acaba por elevar el nivel de precios de modo proporcional.

Si los bancos expanden el crédito disminuyen el tipo de interés de mercado para inducir a las empresas a solicitar préstamos, y éstas emplean su nuevo poder adquisitivo en ir poco a poco alargando el proceso productivo, como si de hecho hubiese ocurrido un descenso del tipo de interés natural. Posteriormente, la demanda parcialmente insatisfecha de bienes de consumo presentes empieza a presionar al alza los precios de tales bienes en relación a los futuros, lo que equivale a decir que el tipo de interés de mercado comienza a elevarse. Esto indica a las empresas que sus anteriores decisiones de emprender proyectos de inversión en procesos productivos más largos habían sido incorrectas, es decir, que la demanda de bienes futuros no se había elevado realmente. Por consiguiente, tales proyectos dejan de ser rentables y deben ser abandonados antes de completarse, lo que inicia la crisis o fase recesiva del ciclo.[8]

El único modo de evitar el ciclo es neutralizar los efectos de la creación de crédito haciendo que el tipo de interés del mercado coincida con el natural. El punto de partida para el análisis teórico de las influencias monetarias en la producción no debe ser un dinero cuyo valor es estable, sino un dinero neutral. Hayek pensaba que si las autoridades monetarias intentaban mantener el nivel de precios estable cuando la economía se encontraba en expansión (Hayek consideraba que en la expansión crecería la productividad y los precios deberían descender), acabarían en realidad inyectando demasiado crédito y así abortando el despegue[9]. (Es muy importante tener en cuenta -más en la actualidad con la difusión de todos los avances tecnológicos en los diferentes sectores y trabajos- que en la expansión crece la productividad y que los precios deberían descender.)

Todos estos razonamientos nos llevan a la importancia de la superación y dominio de la codicia y ambición especulativa malsana que en épocas inflacionistas tiende a manifestarse en incrementos desproporcionados e incluso insensatos de la actividad crediticia. Si aquel vicio que denunciaban los escolásticos se desbocaba, la solvencia y la proporcionalidad en las inversiones para todos los agentes económicos quedaba seriamente dañada quedando también distorsionado el sentido común necesario en todo proyecto de inversión. Por eso es especialmente relevante reconsiderar la importancia del control de la expansión crediticia de las instituciones financieras por parte de los Bancos Centrales a la hora de encauzar y ordenar esta inflación de la inversión. La inflación, como se ha dicho anteriormente, más que una simple elevación de los precios, es un fenómeno monetario directamente relacionado con la cantidad de dinero que circula por el sistema. Las empresas, cuanto más crédito utilizan, menos independencia de comportamiento.

Con la conciencia clara por parte de las futuras autoridades económicas y monetarias mundiales de que la inflación y la inestabilidad monetarias son el mayor mal para el bienestar social y económico de las gentes, estos planteamientos -que tienen su origen también de alguna forma en nuestros escolásticos- deben ser difundidos y puestos en práctica en todas las decisiones de política económica y monetaria. Se conseguiría así un colchón de estabilidad donde el comercio en el interior de las  áreas monetaria comunes obedecería a factores de rentabilidad real y donde la seguridad de la propiedad, no sujeta a fluctuaciones inesperadas, facilitaría los intercambios voluntarios de suma positiva y posibilitaría que los agentes económicos se especializaran en aquellas tareas para las que mejor dotados estuviesen, absoluta o comparativamente. Y el pleno empleo sería mucho más factible.

 [1]   Hayek F.A., La fatal arrogancia, Los errores del Socialismo, Obras Completas, V. I, Madrid, Unión Editorial, 1990. pp. 319-320
 [2]   Friedrich. A. Hayek.  El Nacionalismo Monetario y la Estabilidad Internacional, Nueva Biblioteca de   la Libertad, 15.  Madrid, Unión Editorial, S.A., 1996,  p. 30.
 [3]   Cabe preguntarse, por ejemplo, qué puede ocurrir por ejemplo, si las Sociedades de valores relajan su política y amplían las operaciones de crédito al mercado que pueden generar efecto adicción en compradores y vendedores para jugar con las variaciones de las cotizaciones. Es preciso resaltar en este punto la notable bancarización de las Bolsas de Valores, también a través de la gestión bancaria de fondos de inversión y fondos de pensiones que tanto se ha ampliado en los últimos años. La expansión crediticia para invertir en Bolsa o adquirir otras empresas puede resultar especialmente peligrosa cuando el ciclo pueda cambiar y cuando los tipos de interés reales (diferencia entre el de mercado y la inflación), el precio del crédito, esté cercano al cero. Si gran parte de esa inversión está mediada por las grandes instituciones financieras, la colusión y los peligros de inflación bursátil pueden ser muy relevantes. Cfr. Voto particular de Jose Juan Franch Menéu en la concentración BBV/Argentaria.
 [4]   Friedrich. A. Hayek.  El Nacionalismo Monetario y la Estabilidad Internacional, Nueva Biblioteca de la   Libertad, 15, Madrid,  Unión Editorial, S.A., Madrid, 1996,  p. 54.
[5]   Friedrich. A. Hayek.  El Nacionalismo Monetario y la Estabilidad Internacional, Nueva Biblioteca de la  Libertad, 15, Madrid, Unión Editorial, S.A.,  1996,  p. 55.
[6]   Friedrich  A. Hayek. Ibid.,  pp. 126-127
[7]  Los responsables de la política monetaria tienen una tarea primordial en este aspecto con directa repercusión sobre la marcha de todo el sistema financiero y los mercados. También las instituciones financieras tienen una responsabilidad importante en la inflación. Por el proceso de creación y destrucción de dinero bancario con reserva fraccionaria reducida, el margen de maniobra es muy amplio. Se puede trabajar a favor de los ciclos de inflación y de recesión agravando sus efectos. En la expansión se levantan a veces muchas cautelas y se facilita el crédito activando la inflación. Es posible que esos créditos fáciles se destinen de forma irresponsable a la especulación financiera. En  el ciclo bajo se cierran drásticamente esas facilidades agravando de nuevo la recesión. Para evitar la inflación y fomentar el ahorro el papel del sistema financiero resulta otra vez crucial. Cfr. Jose Juan Franch. La fuerza económica de la libertad, Madrid, Unión Editorial, 1998, Cap. IX: Ética en la liberad de los mercados, pp. 289-327 Ver también jfranchmeneu.com
[8] Bruce Caldwell, Introducción a Contra Keynes y Cambridge, Obras completas de Hayek volumen IX, Madrid, Unión Editorial, 1996, pp. 16 a 21
 [9]   Es en la Introducción al Volumen IX de la obras completas de Hayek donde Bruce Caldwell V. IX,  p. 19. sintetiza aquellos complejos razonamientos que nuestro autor tan actual aporta sobre la teoría monetaria y la teoría del ciclo económico.

 

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