Los instrumentos de capital que potencian la capacidad transformadora del trabajo humano – Apartado 2 – Trabajo en red y productividad tecnológica creciente.

TRABAJO EN RED PRODUCTIVIDAD TECNOLÓGICA CRECIENTE

Apartado 2

Los instrumentos de capital que potencian la capacidad transformadora del trabajo humano

Los bienes de capital se consti­tuyen en una fuerza instrumental en la creación e incremento del valor económico ya que son instrumentos que utiliza el trabajo humano para una me­jor producción. Si bien en el ámbito económico todos los bienes son fruto y consecuencia de la acción coordinada del trabajo con la naturaleza, hay un determinado tipo de bienes producidos por el hombre cuya función final no es el consumo sino la de coadyuvar –potenciando el trabajo humano- a la producción de otros bienes. Estos bienes producidos con el concurso del trabajo y que ayudan a producir multiplicadamente[1] más bienes finales en el futuro son los bienes o instrumentos de  capital[2].

El trabajo se ocupa de «agentes naturales» para crear capital que luego se utiliza para multiplicar la productividad en colaboración con la tierra y el trabajo. Aunque el capital es creación previa del trabajo, una vez que existe es empleado por el trabajo para incrementar la producción[3]

La variedad y complementariedad –tanto horizontal como vertical- aparecen de nuevo con especial notoriedad cuando observamos que los bienes de capital realizan una función de mediación complementaria entre el trabajo especializado que los utiliza y la corriente de mercancías de cada proceso de producción en orden a la consecución de mayor cantidad de bienes y servicios[4] más cercanos a las necesidades y preferencias humanas. Por ello la cualidad de bien de los bienes de orden superior –con la terminología de Menger- está condicionada por la actuación mediadora eficiente de los instrumentos de capital que son necesarios para conseguir la transformación de un bien de un orden superior en otro del primer orden. Por la mediación de los instrumentos dirigidos por el trabajo humano[5] -que no es otra cosa que acción humana[6]– los bienes de orden superior, siguiendo las leyes de la cau­salidad, se transforman en bienes del orden inmediatamente inferior, y éstos en el siguiente, hasta llegar a convertirse en bienes del primer orden[7], para, finalmente, alcanzar el cumplimiento de los objetivos hu­manos. Sin tener la capacidad de satisfacer de forma inmediata, por sí mismos, las necesidades humanas, sirven para la producción de bie­nes de primer orden y para insertarse en una relación causal mediata respecto de la satisfacción de tales necesidades.

«La cualidad de bien de los bienes de un orden superior está condicionada ante todo por el hecho de que el hombre disponga también de los bienes complementarios del mismo orden, al menos respecto de la producción de un bien cualquiera del orden inmediatamente inferior»[8]

«Lo mismo sucede con millares de otras cosas, que sin tener la cualidad de proporcionar la satisfacción inmediata de las necesidades humanas, sir­ven para la producción de bienes de primer orden y para insertarse, por tanto, en una relación causal mediata respecto de la satisfacción de tales necesidades»[9]

 Los factores de capital son estadios intermedios en el camino productivo desde los recursos naturales hasta la meta de los bienes de consumo. Quien produce ayudado por los bienes de capital llega antes a la meta. Son intermediarios entre el trabajo humano y la corriente de bienes intermedios hasta llegar a los finales[10]. Los instrumentos de capital permiten recorrer antes y mejor el camino.

Los bienes de capital permiten potenciar[11] el modo de ser, la índo­le, cantidad y cualidad de los productos del trabajo humano. Me­diante el progreso tecnológico tratamos de simplificar y hacer más cómodas nuestras actividades y, a su vez, tratar de obtener un mayor dominio de la naturaleza, haciendo realidad posibilidades efectivas hasta entonces inéditas. En el desarrollo efectivo de esa tendencia radical interior que lleva al hombre de una forma libre, y por tanto indefinida, a humanizar su mundo, los instrumentos de capital[12] le acompañan siempre. Son los medios instrumentales también materiales de que se sirve para «hacer su ser» con los demás bienes materiales.

Dado que es el tema central de nuestro trabajo investigaremos en los apartados siguientes su enorme variedad –también complementaria entre sí, con el trabajo humano y con los bienes de la Naturaleza y a continuación su productividad creciente fruto de ella. La estudiaremos de forma concomitante con la variedad del trabajo humano a lo largo de la historia.

[1] Podemos advertir esta consideración en la reiterada cita de De­foe: «Faltábanme aún muchas cosas, entre ellas, agujas, alfileres e hilo, así como una azada, un pico y una pala para cavar y transportar tierra.»
«La falta de tales herramientas me obligaba a trabajar con gran lentitud, y así, tardé cerca de un año en terminar totalmente la empa­lizada. Las estacas de que se componía pesaban mucho y harto traba­jo me costaba moverlas; necesité tanto tiempo para cortarlas en el bosque, darles forma, y sobre todo, para conducirlas hasta mi mora­da, que una sola me costaba a veces dos días, tanto el cortarla como el transportarla, y un tercer día el hincarla en el suelo». DEFOE, Robinson  Crusoe, Orbis, Barcelona 1988, p. 55.
[2] La revolución industrial fue transformando la base productiva de la sociedad desde un sistema en el que predominaba la tierra a otro en el que prevalecían los instrumentos de la industria.
La importancia de los bienes naturales en la causación del valor quedó de manifiesto a partir de la escuela Fisiocrática y, sin patentes de exclusividad, su influencia se hizo notar en determinados estudios críticos, como las teorías de la fructificación de Turgot en las que la clave de todo era la posibilidad de cambiar el capital por tierras, como fuente de rentas, o bien las teorías que Böhm-Bawerk denomi­na de la productividad del capital, que ven la razón última y decisiva del interés en la capacidad productiva del capital físico.
Estas teorías, que partiendo de Say y Lauderdale recorren un amplio espacio del pensamiento económico, aunque consideran tam­bién la importancia del factor trabajo, no dejan de resaltar la preponderancia del capital físico, en el que incluyen, en muchas ocasiones, la tierra como fuente primaria de la producción de bienes de capital (bienes producidos por la combinación de la tierra y el trabajo hu­mano, pero que sirven para producir otros bienes). Son instrumentos en manos del trabajador para una más eficiente labor ejercida sobre otros bienes no terminados. La virtualidad de causa material de la tierra se va transmitiendo a través de los distintos productos interme­dios y bienes de capital hasta los terminados. De ahí que en muchas ocasiones se tienda a considerar como capital a todos los bienes físicos (tierra e instrumentos de capital) que, en combinación con el trabajo, causan los productos terminados; que llevan adheridos unos ciertos valores.
Además de Say y Lauderdale, autores; como Malthus, Carey, Pes­hine, Thünen, Storch, De Nehenius, Marlo, Hermann, Mangold, Glaser, Roesler, Strasburger y Schäffle o los más modernos como Henry George, Marshall e incluso Sraffa destacan el papel casi deci­sivo, aunque no exclusivo, de la eficacia innata del capital en la consecución de un incremento del valor económico. BÖHM-BAWERK,  Capital e interés, Fondo de Cultura Económico, México 1986.
[3] . Murray N .Rothbard, Historia del Pensamiento Económico. Volumen II: La economía clásica. Madrid: Unión Editorial, 2000; pp. 42
[4] Say realiza un excelente análisis del capital, en el sentido de bienes de capital, así como de su papel crucial en la producción y en el aumento de la riqueza económica. El hombre, observa, transforma los agentes naturales en capital para trabajar más con la naturaleza hasta llegar a los bienes de consumo. Cuantos más bienes de capital haya acumulado —cuentas más herramientas y maquinaria— más puede el hombre dominar la naturaleza para hacer el trabajo cada vez más productivo. Más maquinaria significa un incremento en la productividad del trabajo y una caída en el coste de producción. Ese incremento de capital es especialmente beneficioso para la masa de consumidores, ya que la competencia rebaja tanto el precio del producto como el coste de producción. Además, el aumento de maquinaria permite una calidad mayor en el producto y la creación de nuevos productos de los que no se hubiese podido disponer con una producción artesanal. El enorme incremento en la producción y elevación de la calidad de vida libera las energías humanas de la lucha por la subsistencia  permite el cultivo de las artes, incluso de la frivolidad, y, lo que es más importante, «el cultivo de las facultades intelectuales».  Murray N. Rothbard, Historia del Pensamiento Económico. Volumen II: La economía clásica. Madrid: Unión Editorial, 2000; pp. 43-44.
[5] Si el capital pierde la función de medio para convertirse en fin, se desvirtúa. El fin es el crecimiento del valor para el hombre de las realidades materiales. Los bienes de capital, incluso el capital genéricamente considerado, son causas instrumentales en la consecución de aquel efecto. El predominio de la causa eficiente sobre la material y la instrumental es una constante en cada reflexión sobre las causas del crecimiento económico del valor.
[6] Para los teóricos austriacos, la  Ciencia Económica se concibe como una teoría de la acción más que de la decisión, y ésta es una de las características que más les diferencian de sus colegas neoclásicos. En efecto, el concepto de acción humana engloba y supera con mucho al concepto de decisión individual. En primer lugar, para los austriacos el concepto relevante de acción incluye, no sólo el hipotético proceso de decisión en un entorno de conocimiento “dado” sobre los fines y los medios, sino, sobre todo, y esto es lo más importante, “la percepción misma del sistema de fines y medios” en el seno del cual tiene lugar la asignación económica que, con carácter excluyente, estudian los neoclásicos. Jesús Huerta de Soto,  Nuevos Estudios de Economía Política, Nueva Biblioteca de la Libertad, 30, (Unión Editorial, S.A., Madrid, 2002)  pp. 25-26
[7] Otro punto de gran importancia para lo que sigue, y que es bastante obvio si miramos nuestro diagrama, aunque con frecuencia ha sido ignorado en las discusiones actuales, es el hecho de que lo que generalmente se denomina el equipo capital de la sociedad   —el total de productos intermedios en nuestro gráfico— no es una magnitud que una vez que surge necesariamente perdura para siempre, independientemente de las decisiones humanas. Más bien al contrario: el que la estructura de la producción permanezca sin cambios depende completamente de si los empresarios comprueban que es rentable reinvertir la proporción habitual del rendimiento de la venta del producto de sus etapas productivas respectivas en la producción de los mismos bienes intermedios. Y el que esto sea o no rentable depende de los precios obtenidos por el producto de esa etapa productiva en particular, por un lado, y los precios pagados por los medios originales de producción y por los productos intermedios tomados de etapas productivas anteriores, por esotro. La continuación del nivel de organización capitalista existente depende, en consecuencia, de los precios pagados y obtenidos por el producto de cada etapa de la producción, con lo que estos precios son un factor muy importante en la determinación de la dirección de la producción. Hayek, F.A., precios y producción. Una explicación de las crisis de las economías capitalistas (Madrid: Unión Editorial, 1996) p. 57.
[8] MENGER: Principios de economía política, cit., p.55).
[9] MENGER: op. cit., p. 52.
[10] Las verdades parciales de los fisiócratas y de las teorías del valor­-trabajo van configurando la versión cooperativa de los tres factores de producción de Say: la naturaleza, el capital y el trabajo; o la versión, más sintética, de trabajo y capital.
El trabajo del hombre productivo y la acción de las fuerzas natu­rales (tierra, aire, sol, etc.) son las fuerzas originarias del valor de los bienes.
La separación del capital y de los bienes naturales nunca ha que­dado clara en la literatura económica, ya que los recursos naturales se pueden considerar como instrumentos, en cuyo caso se incluirían como capital o, en otra perspectiva, los bienes de capital físico, por proceder de los recursos naturales, se consideran, a su vez, conse­cuencia de ellos. En ambos casos se tiende a simplificar distinguien­do entre capital físico (tierra y bienes de capital) y capital humano (trabajo).
[11] Adam Smith explicaba ya cómo la productividad del trabajo, mo­tor de desarrollo fundamental, se aumenta a consecuencia de un incremento o mejora de las máquinas o herramientas que les facilitan y abrevian el trabajo. También para una división y distribución más apropiadas de las actividades se precisa un capital adicional. SMITH, A., Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, FCE, México 1982, p. 310
[12] Los teóricos de la fructificación y de la productividad resaltan la capacidad productiva inherente al capital, independientemente del trabajo. Tienden a diseccionar los valores entre los producidos por el capital y los producidos por el trabajo. En cualquier caso, convie­ne distinguir las teorías de la productividad más toscas, que atribu­yen al capital una virtud directamente creadora del valor, como si estuviese dotado de una capacidad mágica de insuflar valor a sus productos, de aquellas otras más reflexivas que conciben la produc­tividad del capital como una productividad de tipo físico.
Entre los autores más reflexivos y consecuentes nos encontramos con la lista indicada anteriormente. Entre los que mantienen unas teorías más toscas de la productividad del capital podemos citar, además de Say, a los alemanes Schön, Riedel, Roscher y Kleinmächter, a los franceses Rossi, Molinari, Garnier y Leroy-Beaulieu y al italiano Scialoja. Para mayores precisiones sobre las teorías de la productividad del capital, recomendamos las obras de Schön, Riedel, Roscher, Kleinmächter, Rossi, Molinari, etc., tratados ampliamente por Böhm-Bawerk.
A estas teorías más simples se les puede aplicar la crítica de Böhm-Bawerk de que no puede hablarse, razonando estrictamente, de producción de valor. El valor ni se produce ni puede producirse, según estas apreciaciones, porque lo que se produce no son más que formas, estructuras de materia, cosas concretas y determinadas, mer­cancías. Estas mercancías tienen valor, pero el capital sólo produce las cosas, no los valores.
Las teorías de la productividad del capital afirman con naturali­dad en ocasiones que éste, gracias a su capacidad innata, crea el valor, con lo que vuelven a tomar el todo por la parte. El capital se puede considerar como una causa del valor pero no la causa.
Al capital se le asigna la virtud de ser fuerza sustitutiva del traba­jo y justificar con ello la capacidad innata y maravillosa de crear valor, de crear plusvalía, pero por muchos circunloquios que se pre­tendan, se vuelve a caer en el reduccionismo de querer encontrar una única causa de la creación de valor.

El autor, José Juan Franch Meneu, es Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Autónoma de Madrid y Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo CEU en Madrid. Ha sido  Profesor de Economía durante más de 30 años en la Universidad Autónoma de Madrid impartiendo las asignaturas de Principios de Economía Política, Análisis Económico del Derecho, Competencia y Progreso Económico,  así como Regulación y Desregulación óptima en Economía en el Máster  de postgrado sobre Desarrollo Económico y Políticas Públicas. Estuvo desde el 6 de marzo de 1999 hasta el 6 de marzo de 2004, como Vocal del Tribunal de Defensa de la Competencia del Reino de España. De su obra científica cabe resaltar los libros Fundamentos del Valor Económico, Justicia y Economía (Hayek y la Escuela de Salamanca) y La Fuerza Económica de la Libertad. Ha colaborado así mismo con un capítulo en los libros colectivos La Dimensión Ética de las Instituciones y los Mercados Financieros y en El Nuevo Derecho Comunitario y Español de la Competencia. Es miembro de la European Business Ethics Network (EBEN). Excelente divulgador y comentarista de temas económicos, ha escrito cientos de artículos y comentarios en la Prensa diaria especializada. También en la prensa internacional.

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