Sobre el juicio moral de la especulación. – Apartado 5 – Capítulo VI – Justicia y Economía

 JUSTICIA Y ECONOMÍA

CAPÍTULO  VI

 LA  EXIGENCIA  CONTINUA  DE  LA  MORAL  PERSONAL  EN  LA ECONOMÍA  LIBRE  DE  MERCADO.

Apartado 5

Sobre el juicio moral de la especulación.

Si nuestros autores nos dicen, como hemos visto, que mercar cualquier género y negociar sin que en él haya mudanza  tornándolo a vender porque se aumenta el valor o muda de lugar, es arte y modo de vivir justo y político que el ingenio o juicio humano ha inventado, y que así, también el mercader y negociante servirá a Dios, agradará a los hombres y gozará de su arte con quietud y sosiego, [1] están afirmando la bondad del comercio, lo razonable de obtener un beneficio  y, en definitiva, la bondad técnica e incluso moral  de la especulación.

Las pérdidas o ganancias dependerán de la certeza de expectativas subjetivas donde el riesgo siempre estaba presente[2]. La aspiración  al beneficio éticamente bien conseguido era recomendable. Incrementar los beneficios no era reprobable. Lo inmoral puede aparecer en el modo como se consigue ese beneficio, en los medios utilizados para conseguirlo que pueden no respetar las reglas del juego que para ellos estaban bien explicitadas y con capacidad de ser conocidas por todos en la ley natural grabada en las conciencias personales. Quien roba también consigue beneficio pero desde luego éste así conseguido no es lícito. Por encima del objetivo del máximo beneficio se encuentra el bien del hombre directamente relacionado con las conductas éticamente correctas. La aspiración al beneficio estimula la iniciativa y creatividad. El problema estriba en el cómo se pueden conseguir esos beneficios. Porque como ellos recalcaban: El fin nunca justifica los medios.

Y respecto a la especulación estrictamente considerada, tal y como señala Eduardo Camino en su tesis doctoral 

Elementos para una reflexión moral sobre la especulación económica  se entiende por especulación propiamente dicha la operación económica realizada preferentemente en un plazo breve de tiempo, de quien compra un bien para posteriormente venderlo, buscando obtener un beneficio sobre la base de una previsible oscilación de precios y prestando con tal operación, un servicio o función social.[3] La esencia de este tipo de operaciones[4], sigue diciendo Camino, radica en realizar una previsión acertada sobre los futuros movimientos de los precios. Esta idea de previsión del futuro está ya presente en el origen etimológico del término especulación.[5]

Las reticencias multiseculares al comercio, la intermediación y el pago de intereses –con la mayor o menor beligerancia contra la usura- que caracterizó a las religiones islámica, judía y cristiana, fueron  poco a poco quedando deshechas por varios autores entre los que destacaron  los trabajos de los teólogos de la Escuela de Salamanca[6],  comenzando una nueva era en el juicio ético de los mercados en general y de los mercados financieros en particular[7]. Y como el aspecto financiero de la economía tiene mucho que ver con el tiempo y ocupa un protagonismo cada vez más importante en nuestras sociedades, ya que son progresivamente más abiertas, complejas y con intercambios indirectos crecientes, todas estas cuestiones -que ahora estamos analizando a propósito de la bondad de la actividad financiera y especulativa a través de su función de  intermediación y que nuestros autores de entonces empiezan a vislumbrar y enderezar- resultan especialmente apropiadas para nuestra época. Época en la que Hayek tuvo mucho que decir –y dijo- a este respecto.

La llamada especulación es también una forma importante -y que tiene  gran versatibilidad- de  crear valor añadido y, por lo tanto, produce en términos económicos. Su actividad debe por tanto ser también retribuida adecuadamente. Su actuación revaloriza cada título al acercar inteligentemente a quien lo demanda y quien lo ofrece aumentando su relación de conveniencia en que consiste el valor de cualquier cosa material o inmaterial. Si la inversión es financiada por el ahorro,  los intermediarios financieros están situados  en el lugar central y estratégico del proceso para solventar disparidades y carencias.

Como el ahorro y la inversión se realizan habitualmente por personas diferentes y por motivos de actuación también distintos -salvo en la reinversión de beneficios-, los niveles de ahorro e inversión no son automáticamente iguales. La disparidad se agrava cuando los mercados financieros no coordinan rápidamente ambos tipos de decisiones ya que son los encargados de canalizar y casar lo más  rápida y flexiblemente posible lo deseado por ahorradores e inversores. Un amplio capital financiero buscando distintas combinaciones de rentabilidad, liquidez y riesgo en los mercados, no sólo permite canalizar ágilmente las pretensiones de ahorradores e inversores, sino que exige cada vez más que se diseñen valores y operaciones financieras más acordes con las cambiantes necesidades de sus clientes y que los intermediarios financieros asesoren a sus clientes con su profesionalidad en un mundo excesivamente abstracto y complejo para muchos.

En las conclusiones de su tesis doctoral, Eduardo Camino afirma –después de razonarlo exhaustivamente y certeramente a lo largo de todo su trabajo- que

la especulación es una actividad humana, un verdadero trabajo profesional que se sitúa dentro de la economía. Dicha actividad económica es vista por nosotros como un elemento o aspecto de la vida social que tiende al bien común. En este sentido, el mundo financiero, como ámbito concreto de dicha economía, con su específica labor de intermediación lleva también a cabo una actividad que tiende al bien común.

 Los especuladores desarrollan dentro del sistema económico una función social positiva. Del análisis realizado sobre todos los efectos de la especulación, dos son, a nuestro parecer, los más característicos. En primer lugar la especulación contribuye a la distribución de riesgos: el especulador, al vender seguridad y asumir incertidumbre, está prestando un servicio a la otra parte. En segundo lugar, la especulación reduce las posibles diferencias entre el “valor real” y el valor de mercado: los especuladores llevan a cabo una constante función de control sobre los precios ya que, con su trabajo, ayudan a corregir las excesivas diferencias entre el precio de mercado y el precio que teóricamente responde a los bienes o al futuro (expectativas) de la empresa en cuestión (análisis fundamental). Las previsiones de los distintos especuladores basados en sus propios análisis de la realidad económica subyacente, ajustarían los precios del mercado a lo que la realidad justifica.[8]

 Aunque con lenguaje más actual y especializado Eduardo Camino nos viene a decir lo mismo que los escolásticos que estamos considerando y así, distingue perfectamente entre especulación como algo moralmente bueno y otras actividades moralmente reprobables. El vulgo y la opinión débilmente formada e ideológicamente viciada ¾también entre algunos que deberían ser expertos en estas materias¾ confunden estas actividades atribuyendo a la actividad especulativa correctamente ejercitada y socialmente enriquecedora la maldad de actividades colindante y que a menudo tienden a confundirse.[9].

En este mismo sentido se expresa Rafael Termes refiriéndose al Aquinate:

Tomás de Aquino, superando la concepción aristotélica del comercio, dice expresamente que el comerciante “puede proponerse lícitamente el lucro mismo, no como fin último, sino en orden a otro fin necesario u honesto, como antes se ha dicho”.  Y entre los fines  honestos que antes señaló está el “servicio del interés público; esto es, para que no falten a la vida de la patria las cosas necesarias, pues entonces no busca el lucro como un fin, sino como remuneración de su trabajo”. Con lo cual, de paso, pone de manifiesto la función social del comercio y del beneficio del comerciante. Y, a mayor abundamiento, volviendo al caso del que compró una cosa para conservarla y después, por cualquier motivo decide venderla, enumera alguna de las razones por las cuales se justifica el beneficio obtenido como diferencia entre el precio de compra y el precio de venta: “Esto puede hacerse lícitamente –dice- ya porque hubiere mejorado la cosa en algo, ya porque el precio de ésta haya variado según la diferencia de lugar o de tiempo, ya por exponerse a algún peligro al trasladarla de un lugar a otro o al hacer que sea transportada. En estos supuestos, ni la compra ni la venta son injustas”.[10]

En sí misma y técnicamente la especulación[11] es buena y conveniente. Lo que trastoca y pervierte su bondad enriquecedora es fundamentalmente, según nuestros moralistas, la codicia que nubla el bien hacer y que incita a actuar desproporcionadamente en las inversiones y en los negocios: (…),

 los mercaderes y otros muchos (a quien también ciega su codicia) cortan esta parte[12]. O también, por ejemplo: Do según son muchos a comprar y se interesa en la compra, se adelantan algunos a concertarlo y pagarlo. Do nadie le es causa, ni impide hacer en el ínterin otro empleo con el dinero, sino sólo su provecho y codicia, que tiene y pretende, en lo que paga adelantado[13]. No condenan nuestros escolásticos la especulación sino el vicio de la codicia. Siendo la verdad que ellos mismos se convidan a mercar adelantado, porque no les quite otro el lance (como sucede en el trato de las lanas, y en el de la cochinilla, y en otros muchos tratos)[14].

Y también más ampliamente: (…) conciben grandes pretensiones de mayores haberes, y entonces se arrojan a mayores cargazones y se engolfan entrando en ese laberinto de cambios, usuras, censos y tributos, donde viven más desasosegados que cuando pobres. Dice Aristóteles, que ningún término tiene el mercader en atesorar dineros y ajuntar posesiones, porque con el peso de su codicia ha caído en el lazo y tentación del Demonio, do dice el Apóstol, que suelen caer los que quieren enriquecer. Por tanto deben desistir de lo comenzado volviendo atrás en su codicia (…)[15]

Codicia, que en ocasiones, si no hay autodominio personal acaba en vulneración de otras muchas normas legales y morales.  Cierta ignorancia inexperta en amplias capas de la sociedad hacen más fácil incurrir en aprovechamientos si no existe el correspondiente autodominio ético de los que más conocen los mercados donde se actúa o el mundo financiero.

El decir, como dijeron nuestros autores del siglo de Oro, que las ganancias son un fin inmediato legítimo para aquellos que se dedican a negociar, no contradice la condena escolástica a aquellos que persiguen las ganancias como fin último. (…) Y sólo miran si dejan de ganar o pierden[16] . Hace su aparición el dinero ciego. La ambición, la avaricia y la codicia desmedida pueden acabar convirtiendo la sana tensión por el beneficio en vicio que esclaviza y degrada decisiones futuras.

  Surge en este punto la eterna discusión entre medios y fines, y la conversión de lo que, por definición es puro medio -el más universal y abstracto, el dinero- en fin. Ese grave error práctico y moral, especialmente cuando se generaliza en la mayor parte del entramado socioeconómico, arrastra tras de sí una incontable cadena de decisiones humanamente perniciosas. Si denominamos valor a la apreciación subjetiva más o menos intensa que un agente da a su fin, medio a todo aquello que el actor subjetivamente cree que es adecuado para lograr ese fin y utilidad a la apreciación subjetiva que el actor da al medio en función del valor del fin, cuando ese medio de intercambio universal lo transformamos en objetivo y fin último, estamos viciando todas las fuentes humanas de creación y generación de auténtica riqueza. Ese valor subjetivo de última medida que muchos dan al dinero que persiguen, se proyecta a los medios que creen útiles para lograrlo precisamente a través del concepto de utilidad. Establecida una jerarquía de valores en la que el dinero es el fin último se puede idolatrar el principio del «vale todo». Una vez convertido el dinero en fin se puede caer en un error más grave aún si aceptamos en la práctica cotidiana el principio antiético según el cual «el fin justifica los medios«. Si el dinero es el fin, y el fin justifica los medios, se pueden cometer graves atentados contra la moral y el derecho más esencial.[17]  No se trata, en definitiva, de condenar la fuerza financiera por sí misma sino de contribuir al aprovechamiento de esa fuerza para el desarrollo social y humano integral.

[1]   Tomás de Mercado, Suma de Tratos y contratos, Madrid, Editora Nacional. 1975, [114] p. 143.
[2]  Nuestros autores condenaron incluso como antinatural la idea de obtener ganancias sin riesgo censurando a los empresarios que buscaban cubrir sus pérdidas con ayuda estatal.
 [3]   Eduardo Camino en su tesis doctoral  Elementos para una reflexión moral sobre la especulación económica, p. 314. También en un resumen publicado como libro con el título Ética de la especulación financiera, Unión Editorial, Madrid, 2004, p. 67
[4] Si bien en el origen del monopolio y del acaparamiento late la idea de realizar un beneficio en base a una acertada predicción del futuro y, en este sentido, parecen encontrar una misma raíz inicial que la especulación, el puro especulador rechaza por definición cualquier intervención artificial sobre el resultado de la operación. Por tanto, a tenor de lo dicho en el punto anterior, tampoco se puede identificar la especulación con el monopolio en sus diversas vertientes o formas. Y, en idéntico sentido, se puede afirmar que la especulación no es ni cártel ni acaparamiento. Lo que ocurre es que, a veces, por la influencia del especulador en el mercado (influencia medida en términos de prestigio y, sobre todo, de medios económicos) su toma de posición puede crear una tendencia; pero, mientras se respeten las (justas) reglas del mercado, a nuestro parecer dichas intervenciones forman parte del libre juego de la oferta y la demanda. Eduardo Camino, Ibid., pp. 317-318. Ver también un resumen publicado como libro con el título Ética de la especulación financiera, Unión Editorial, Madrid, 2004.
[5]   Eduardo Camino, Op. Cit.,  p. 315. Ver también un resumen publicado como libro con el título Ética de la especulación financiera, Unión Editorial, Madrid, 2004.
[6]   La Escolástica salmantina, exceptuando a Mercado, desconoció el gran comercio, pero considera el pequeño comercio útil y necesario a la sociedad. El lucro es también lícito como estímulo y retribución del propio trabajo. “Buen zelo seria –dice Mercado- exercitar la mercancía llevando un moderado interés por estipendio, siquiera de su trabajo, y aun por golosina” que incite al comerciante a trabajar. En cualquier caso, las fronteras del lucro no se extienden más allá de los límites impuestos por el tenor de la vida del propio estamento social, aunque, según Vitoria y Mercado, la ganancia no debe cerrar la puerta a un posible ascenso social. Abelardo del Vigo Gutiérrez, Ética  y mercados en la Escuela de Salamanca,  pp. 3-4
 [7]   Entiendo que esa tendencia abierta por ellos no se acabó de asentar  definitivamente hasta que  Bhöm Bawerk tratara ampliamente todas estas cuestiones en su libro Capital e interés, Fondo de Cultura Económica, 1947.   
 [8]  Eduardo Camino, tesis doctoral: Elementos para una reflexión moral sobre la especulación económica, pp.319-320. Ver también un resumen publicado como libro con el título Ética de la especulación financiera, Unión Editorial, Madrid, 2004.
[9]    Eduardo Camino, Op. Cit, pp.317-318. Ver también un resumen publicado como libro con el título Ética de la especulación financiera, Unión Editorial, Madrid, 2004.
Así dice en sus conclusiones que la especulación propiamente dicha es distinta a cualquier maniobra encaminada, directa o indirectamente, a alterar la libre fijación de precios según la ley de la oferta y la demanda. El posible equívoco de estas conductas con la especulación parece encontrarse en que muchas veces le es difícil al especulador el evitar la tentación de intervenir sobre el mercado para que la fluctuación le resulte favorable.
Tal y como  nosotros la entendemos, la especulación se mueve dentro de las (justas) reglas del mercado; quizás en ciertas ocasiones se pueda hablar de que el especulador aprovecha su ineficiencia, sus lagunas o defectos; pero, lo que nos parece claro es que, en ningún caso, quien lleve a cabo este tipo de operaciones, tal y como han sido descritas, está forzando o manipulando el mercado. Por tanto, todo tipo de manipulaciones, maquinaciones, distorsiones, etc., caracterizadas por un elemento de artificiosidad y normalmente englobadas por las distintas legislaciones bajo el amplio concepto de agiotaje, son en sí mismas fraudulentas y nada tiene que ver con el concepto de especulación que ha sido expuesto
 [10]     Rafael Termes,  Antropología del capitalismo. Un debate abierto (Actualidad y Libros, S.A.,       Plaza & Janes Editores, 1992) p. 62.
[11]   Hablando del beneficio, los salmantinos dicen que si ha sido logrado sin fraude o coacción, en un mercado libre, es totalmente legítimo, cualquiera que sea su importe, pero su bondad queda dañada si ha sido obtenido con actividades moralmente malas, contrarias al bien común, o ha sido perseguido, con intencionalidad torcida, a toda costa, a cualquier precio, empleando procedimientos que repugnan a la dignidad de la persona humana. Rafael Termes Carreró, Humanismo y ética para el mercado europeo”,en  Europa, ¿mercado o comunidad? De la Escuela de Salamanca a la Europa del futuro. Publicaciones Universidad Pontificia, Salamanca, 1999, p. 36
[12]    Tomás de Mercado, Ibid., p.269. Ver también un resumen de su tesis publicado como libro con el título Ética de la especulación financiera, Unión Editorial, Madrid, 2004.
[13]    Tomás de Mercado, Ibid., p.269. Ver también un resumen publicado como libro con el título Ética de la especulación financiera, Unión Editorial, Madrid, 2004.
[14]  Tomás de Mercado, tesis doctoral: Elementos para una reflexión moral sobre la especulación económica, p 269. Ver también un resumen publicado como libro con el título Ética de la especulación financiera, Unión Editorial, Madrid, 2004.
[15]    El texto de Tomás de Mercado que completa lo dicho es: Y en esto se ve claramente que ningún buen fin de los tres ni aun mantenerse tienen por principal el día de hoy los tratantes, si no éste, que es enriquecer (cosa que jamás podrán cumplidamente alcanzar) en que dado tengan ya con que puedan bien pasar, no se recogen ni se ponen en orden, antes con la posibilidad en que se ven,(…) Y los que tuvieren puesto su corazón en adquirir riquezas (y tienenlo casi todos según parece) a ningunas escuelas irán aunque sean las de Atenas de gentiles, do no salgan condenados: cuanto más a las católicas de Cristianos.(…) si quieren ir adelante en el camino del cielo, y pretendan con su arte conservar su caudal, si lo tienen, o ganar si no lo tienen, de qué se puedan mantener y poner en estado sus hijos y hijas según su estado y condición. Intención que como dice se conoce, y percibe en el contento y quietud, o en la solicitud y congoja de la vida y trato. Suma de Tratos y Contratos, Madrid, Editora Nacional, 1975, [118], p. 144.
[16]   Tomás de Mercado, Op. Cit., [269], p. 220.
 [17]   Cfr. José Juan Franch. La fuerza económica de la libertad, Madrid, Unión Editorial, 1998. Cap. IX.